“NI UNA MENOS” LO DECIMOS TODAS, DE TODAS LAS EDADES
“A estas alturas de nuestras vidas estamos hartas de algunas cosas (…) somos mayores, no estamos forzosamente seniles ni enfermas, solo tenemos muchos años (…) no queremos que pongan límites a nuestros deseos de vivir (…) queremos imágenes reales de viejas reales (…) no queremos estar de sobra (…) queremos ser reconocidas como sabias, maestras, mentoras; queremos que nos valoren por lo que somos, por lo que fuimos y por lo que seremos; estamos vivas y seguimos aquí pensando, deseando, produciendo (…) queremos que se nos mire como seres sexuales libres para serlo o para no serlo (…) queremos que se valore nuestra contribución a la vida y a la civilización del planeta con una pensión digna, queremos que cuando vayamos al centro de salud se dirijan a nosotras mismas y no a quien nos acompaña, que desde el sistema de salud se tome en serio nuestro cuerpo y nuestra mente, que se respete nuestra intimidad corporal; queremos ser libres y que no se nos violente, queremos vivir una vejez digna respetuosa con la vida de cada una de nosotras”
(Decálogo de las mujeres mayores escrito y leído por Anna Freixas Farré en las Jornadas de Edadismo Sexista en Leioa, España 2018)
A nivel mundial en el mes de noviembre, así como en marzo de todos los años, de manera muy particular se conmemora y reafirma la lucha por la no violencia contra las mujeres; millones de mujeres salimos a las calles a gritar por NI UNA MENOS en el mundo a causa de asesinatos y por NI UNA MÁS violentada en cualquiera de sus formas. La lucha feminista en las últimas décadas ha logrado visibilizar lo que anacrónicamente era invisibilizado en la sociedad, a poner palabras a lo que hasta el momento era innombrado, y esta lucha ha sido – y es hasta la actualidad – de día a día. Esta lucha se dice que es de todas y para todas (y todxs); sin embargo, coherente con visibilizar y nombrar lo que estructuralmente ha sido silenciado, es relevante mencionar que desde el (los) feminismo (s) no se ha llevado a cabo una reflexión importante acerca de las mujeres adultas mayores, y que incluso cuando en la agenda de los estudios de las mujeres se evalúa los temas clave, los asuntos relativos a la vejez apenas se han incluido, al menos hasta ahora sigue siendo así en el Perú.
El (los) feminismo (s) como perspectiva teórica y como movimiento social ha permitido iluminar la comprensión de las relaciones de poder en la vida familiar y afectiva, y ha develado – cada vez más – el sistema de mantenimiento y reproducción de aquellas ideas. Ciertamente “lo personal es político” supuso un cambio estructural, al reconocer que muchos de los problemas considerados “personales” tienen su origen en la sociedad, y por lo tanto requieren un cambio radical social y político. (Freixas, 2014. p. 38)
Siguiendo a Freixas (2014) sobre la crítica propositiva al movimiento feminista nos dice “Enfrentadas a la realidad de la vejez (vejeces), momento en el que podemos encontrarnos con limitaciones importantes, no sabemos cómo abordarla ´desde dentro´, con una narración subjetiva e íntima, y elaboramos un discurso distante en el que reclamamos políticas de intervención, marcando una distancia con ellas, ´las viejas´. Nosotras no (aún)”.
Todo este proceso en el marco de la lucha del movimiento feminista añadida a la realidad y contexto actual de la sociedad a nivel mundial y en particular en Latinoamérica y el Perú, genera la afirmación de que ambas categorías ´el ser mujer´ y ´el ser mayor´ (y le podemos añadir otras categorías como etnia, cultura, lengua originaria, pobreza, situación de discapacidad) son grandes brechas de desigualdad en sus múltiples aspectos; a palabras de Mónica Navarro (2018) “Existen esas dos potentes categorías que se intersectan. Si bien todas podemos pertenecer a una clase social, a una raza o a una etnia, todas seremos viejas. En general no hay mucho que esperar más que transcurra el tiempo para que eso suceda. Salvo que te mueras antes, vas a envejecer y al envejecer van a acumularse durante toda la vida una serie de desigualdades que van a construir un envejecimiento diferencial.” Por lo que siendo conscientes de esta situación es necesario que se tomen decisiones y desarrollen acciones de cambio y justicia social para todas las mujeres de todas las edades, pues si bien es cierto somos muchas y diversas, lo único que nos igualará a lo largo de la vida es el ser mayores, ahora o más adelante. Debemos apostar porque esta lucha de incidencia política y ciudadana así como el abordaje estatal desde las normativas y políticas públicas (y su efectiva operativización) visibilice e integre a todas, “acortándose cada vez más las lógicas de una sociedad corporocéntrica y mercantilista” (Gascón, 2009 citado por Rivera, 2014).
Es importante reconocer que estamos ante una revolución demográfica sin precedentes en la historia de la humanidad, pero que suele ser negada, y por otro lado caracterizada por la sobrevaloración de la juventud – aspirando a su eternidad -, y arraigados “patrones de belleza” y valor de acuerdo a la “producción material”. Asimismo, es relevante ser conscientes de que en el proceso imparable de envejecimiento poblacional se encuentra el fenómeno de feminización de la vejez, lo que nos lleva a observar que habrá en los próximos años una población potencial diferencialmente ascendente de mujeres adultas mayores (entre 60 a 100 años y más) que de sus pares varones. Este contexto amerita preguntarnos todas las mujeres (y trabajar en las respuestas) ¿Cómo vamos a vivir todos esos años, cómo vamos a otorgarles sentido, y cómo podemos despejar de nuestra mente tantas ideas limitadoras con las que hemos crecido, para crear individual y colectivamente espacio a la existencia libre de las mujeres viejas? Y el Estado así como la sociedad civil también debe actuar sobre esta situación, teniendo el 10,4% de población adulta mayor en el país y dentro de este grupo etario, cifras que muestran grandes brechas de género en educación por ejemplo, que del 16,8% de personas adultas mayores que no saben leer ni escribir las tres cuartas partes lo representan mujeres (acrecentándose esta situación en las zonas rurales alto andinas y amazónicas); asimismo en cuanto a la salud, el 81,0% de la población adulta mayor femenina presenta algún problema de salud crónico, y en la población masculina, este problema de salud afecta al 71,7%, habiendo 9,3 puntos porcentuales de diferencia entre ambos, sobre esta brecha en salud cabe hacer mención de la amplitud de su análisis, pero concretamente se puede concluir que hay una gran brecha de uso del tiempo[1], y que ésta es sobre todo a razón de la carga de cuidados (en todos los niveles) que han tenido anacrónicamente las mujeres más que los varones y los estilos de vida poco saludables que la responsabilidad de “cuidar” ha generado en ellas; no es casualidad precisamente que la cifra de personas adultas mayores con discapacidad sea mayor en mujeres que en varones. En cuanto a los acceso a pensión de jubilación, es decir, que tenga un ingreso económico propio tras haber aportado a la Seguridad Social y Sistema Previsional, los hombres adultos mayores que cuentan con un sistema de pensión representan el 49,7%, mientras que las mujeres el 29,0%; existiendo una brecha de 20,7 puntos porcentuales a favor de los hombres adultos mayores. Cabe mencionar que es un grupo significativo de mujeres que cuentan con pensión por viudez, es decir por la aportación al Sistema Previsional de sus cónyuges fallecidos, “Sin perspectiva de género en las políticas de trabajo y seguridad social se condena a las personas de bajos recursos a una vejez vulnerable” (Mónica Navarro), sobre todo las mujeres; y que muchas mujeres adultas mayores teniendo o no teniendo una pensión, trabajan dentro de su casa y/o fuera de ella en trabajos informales los cuales presentan usualmente situaciones de explotación e inseguridad (esto se puede visibilizar incluso en el trato de hijos/as y madres/abuelas a las que les encargan los cuidados de los nietos/as). Finalmente, sobre casos de violencia a las personas adultas mayores, de acuerdo a registros del Programa Nacional Contra la Violencia Familiar y Sexual, entre los años 2002 al 2014 se reportaron 19 mil 792 casos, lo que significa el 4,0% del total de casos de violencia familiar y sexual atendidos en los CEM (Centro de Emergencia Mujer), y a pesar de esta baja incidencia de la violencia contra las personas adultas mayores en comparación a otros grupos poblacionales se observa una tendencia al incremento en los reportes; entre enero y diciembre del año 2014 se registraron dos mil 191 denuncias, un mil 792 (82,0%) denuncias son casos de violencia contra la mujer y 399 (18,0%) contra hombres.[2]
En definitiva son grandes las brechas de género que crean relaciones desiguales en el marco de derechos humanos de las mujeres adultas mayores, como afirma Mónica Navarro (2018) “Nacen más personas asignadas al género varón, pero quienes llegamos a más edad somos quienes nos autopercibimos mujeres. Una de las características que miro de este fenómeno es que vivimos más años y en peores condiciones. Tenemos peor salud. Esta cuestión es a nivel global. Es interesante pensar y ver el envejecimiento como una construcción social generalizada. Tratar de ver cómo se producen esas diferencias a lo largo de la vida. Cómo se representan y se expresan en esta etapa. Porque ninguna de esas representaciones se hacen en el vacío.”
Nos encontramos en un proceso relevante de cambio de paradigma en cuanto a las edades, y no solo a raíz del cambio de su estructura en la pirámide poblacional, sino a razón de las múltiples dinámicas del contexto actual, propias de Estados neoliberales pero en los cuales a su vez están surgiendo y resurgiendo movimientos desde las comunidades (incluidas las académicas) que están dispuestas a plantear críticas pero también sumarse a las propuestas de cambio, en este caso al respecto de las mujeres adultas mayores muchas veces hasta ahora invisibilizadas. Es vital en este sentido pensar y actuar desde la perspectiva de género, así como la mirada intergeneracional y el sentido de sororidad entre todas. Como afirma Mónica Navarro, que dicho sea de paso personalmente la considero una gran maestra y militante de las viejas, “Las adultas mayores tienen una historia en las luchas de género y más allá de los saberes ancestrales, de lo cultural y la vida cotidiana, también están estas experiencias. Suelen ser reconocidas por su rol de abuelas, pero a ninguna se le reconoce haber sido protagonista de movimientos políticos, culturales, en defensa de los derechos de las mujeres, entre otros.” Asimismo, comparto totalmente cuando afirma que “Todas tenemos saberes para transmitir, conocimientos que hemos aprendido, que nos han legado nuestras ancestras, quienes nos precedieron. Las mujeres tenemos recursos para salir adelante de una gran cantidad de situaciones de la vida cotidiana, de las crisis, y hay que darle voz a las adultas mayores”.
La reflexión y las luchas del movimiento feminista nos puede invitar también a reconocer las vidas y trayectorias de mujeres adultas mayores cuya obra y pensamiento son importantes fuentes de información y conocimiento, contribuyendo a crear una genealogía necesaria y liberadora para todas – de todas las edades – en el camino de la vejez. (Freixas, 2014. p. 41)
En este sentido se presenta la posibilidad de abrir un ancho camino sin machismos ni edadismos, de la mano de voluntades, esfuerzos, sueños, luchas, y voces de protesta así como de propuesta desde la ciudadanía y en procesos de incidencia política, como la adhesión del Estado Peruano a la Convención Interamericana sobre la Protección de Derechos Humanos de las Personas Mayores, la cual muy detalladamente plantea “La persona mayor tiene derecho a la seguridad y a una vida sin ningún tipo de violencia, a recibir un trato digno y a ser respetada y valorada, independientemente de la raza, el color, el sexo, el idioma, la cultura, la religión, la opinión política o de otra índole, el origen social, nacional, étnico, indígena e identidad cultural, la posición socio-económica, discapacidad, la orientación sexual, el género, la identidad de género, su contribución económica o cualquier otra condición.” (2015. Art. 9).
En mi camino del Trabajo Social en el campo gerontológico he conocido – y hasta la actualidad – a mujeres adultas mayores que me han permitido repensar la violencia de género originada por la arraigada estructura social machista y patriarcal, por lo que me reafirmo en que la gerontología será feminista o no será.
Referencias bibliográficas y de la web (entrevistas y videos)
Freixas, Anna. (2013). “Tan Frescas. Las nuevas mujeres mayores del siglo XXI” Ed. PAIDOS IBERICA. España.
Freixas, Anna. (2018). “Las mujeres mayores empezamos a cansarnos de algunas cosas” En: https://www.youtube.com/watch?v=F5l-SlP2v88
INEI. (2018). Informe Técnico Situación de la Persona Adulta Mayor Abril, Mayo, Junio. Lima, Perú.
MINDES. (2011). Brechas de Género en el uso del tiempo. Lima, Perú.
MIMP. (2015). Violencia familiar y sexual en las personas adultas mayores y su demanda a los servicios de atención frente a la violencia familiar y sexual. Lima.
Navarro, Mónica. (2018). Entrevistada por Paula Daporta en Revista Furias. En: http://revistafurias.com/sin-perspectiva-de-genero-se-condena-a-una-vejez-vulnerable/. España.
Navarro, Mónica (2018). Entrevistada por Natalia Muñiz en Diario Popular. En: https://www.diariopopular.com.ar/general/valorar-el-legado-las-adultas-mayores-n353671. Argentina.
OEA. (2015). Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores.
Rivera, Luz. (2014). Construcción de la imagen de las mujeres en la vejez. En: Construcción social de los cuerpos y la vejez en México. Ed. Plaza y Valdez S.A. de C.V. México D.F.
[1] Se tiene el dato de que las mujeres de 60 años y más ocupan el segundo lugar de cantidad de horas ocupadas semanalmente (39:50 horas) en actividades domésticas no remuneradas en el país, de acuerdo a la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo 2010. p. 28.
[2] MIMP. (2015). Violencia familiar y sexual en las personas adultas mayores y su demanda a los servicios de atención frente a la violencia familiar y sexual. Lima. p. 19. Cabe mencionar que en el estudio de “Perú Brechas de Género 2017, avances hacia la igualdad de mujeres y hombres” los datos estadísticos de violencia de género no incluyen en los rangos de edad a personas mayores de 50 años.


HAYDEE CHAMORRO GARCÍA Trabajadora Social, egresada de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Diplomada en Gerontología Social, por la Pontificia Universidad Católica del Perú; en Gestión Pública, por la Escuela Nacional de Administración Pública; y, en Derechos Humanos (con mención en Participación Social), por la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.
Con estudios en género, derechos humanos, vejez, servicios gerontológicos, y enfoque territorial para la gestión pública.
Directora de Responsabilidad Social en Conexión Adulto Mayor, emprendimiento social que ofrece consultorías en el campo gerontológico y desarrolla proyectos sociales bajo las perspectivas de derechos humanos e interseccionalidad. Integrante del colectivo ciudadano “Mesa de Concertación sobre Personas Adultas Mayores”. Integrante del Grupo de Trabajo “Envejecimiento con dignidad” de la Mesa de Concertación de Lucha contra la Pobreza.Integrante de la Red Latinoamericana de docentes y profesionales de Trabajo Social que se desempeñan en el campo Gerontológico – RedGeTS.
Consultora en gestión y asesoría técnica de servicios públicos para personas adultas mayores, e investigadora en el campo de la gerontología social, en temas de roles sociales, participación social y política, y discriminación en la vejez.