Perú
El paisaje económico de Nuestra América al terminar la segunda década del siglo es de declive. La historia de las repúblicas en la región nos ha enseñado muchas veces que cuando el precio de las materias primas cae –países más, países menos- empiezan rápidamente los problemas fiscales. Se muestra así en su plenitud la “prosperidad falaz” de la que hablaba el historiador peruano Jorge Basadre al referirse a la dependencia de la base productiva nacional en la exportación de recursos naturales. Se trata de una restricción externa que no perdona los ciclos a los que nos exponemos cuando se coloca la mayor parte de los huevos en la canasta de la demanda internacional.
Una vez más hemos pasado de la bonanza a la crisis; del auge al declive. Ese permanente boom-bust al que nos hemos acostumbrado. Entre 2003 y 2013 vivimos un periodo de súper precios de los commodities. En algunos países, eso se tradujo en fuertes programas sociales, y en casi todos en acceso al consumo de buena parte de la población. Nada más insostenible. Basta un cambio de coyuntura mundial para que la pobreza empiece a regresar a sus niveles, y la deuda empiece a crecer en familias, empresas y Estado.
Un aspecto importante a señalar es que, durante esos mismos años, la frontera extractiva se fue extendiendo lo que originó la convivencia de renta y conflictos socio-ambientales. Ahora que la renta se ha reducido drásticamente, las secuelas de los conflictos permanecen. Esto último es un tema que no abordaré en este momento pero que sin duda es de consideración. Si el conflicto del crecimiento se traduce en el reparto, en la crisis, el conflicto tiene que ver con quien paga la factura. Y esto es un tema de poder.
Ahora bien, al mismo tiempo se ha producido un giro político en países tan relevantes como Brasil y Argentina que pasaron de un progresismo nacional popular con proyección de soberanía regional (no exentos de problemas obviamente) a regímenes abiertamente de derecha y represivos. Otros países, casi todos con costa en el Pacífico se mantuvieron neoliberales desde los noventa. En ambos casos, los políticos de la teología del capital no tienen qué ofrecer en términos de relanzamiento económico. Siguen la misma receta de siempre: impulsar el libre comercio (sin importar el daño a muchos sectores nacionales), la protección de inversión extranjera (privilegios tributarios y más), las privatizaciones (ahora hasta de los servicios públicos), etc.
Ya sabemos que eso no funciona, que Nuestra América creció en términos macroeconómicos por el boom de precios y no por dar ventajas al gran capital. Basta decir que, durante la bonanza, la mayoría de países creció, incluyendo los que tuvieron los denominados “gobiernos progresistas” (que más bien pusieron reglas a la inversión), y no solo a los que siempre siguieron las recomendaciones desreguladoras del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Ya son dos veces que el FMI arruina la economía de Argentina, una en los noventa (que explotó en 2001) y la otra ahora mismo, por ejemplo.
La tendencia principal que se observa en Nuestra América es de endeudamiento, recorte de derechos, ajustes presupuestales e intentos de reformas fiscales regresivas. Todo ello en la lógica de atraer inversión. Incluso se aprecia una nueva ola de negociación y suscripción de TLC encabezada por la Argentina de Macri y el Brasil de Bolsonaro.
Según un estudio de Latindadd – red latinoamericana por justicia económica y social, la deuda pública viene creciendo de manera acelerada en la región. La deuda de países como Argentina supera el 70 por ciento del producto bruto, y en general hay un contexto de pérdida de recursos vía elusión tributaria (grandes corporaciones). No por gusto la CEPAL ha señalado que son 300 mil millones de dólares los que se escapan de la región vía fraude fiscal.
En un escenario como éste, urge un relanzamiento de la economía regional en clave de integración. Es decir, dejar la lógica de la carrera a la baja, de la competencia espuria por ver quién da más ventajas a las corporaciones transnacionales pasando a una lógica de cooperación que permita evitar la fuga de capitales y la erosión de la base tributaria (son las mismas corporaciones las que operan en Nuestra América, las mismas transnacionales que usan las mismas redes de paraísos fiscales), al tiempo que diversifique e impulse el mercado interno.
También es momento de hacer un balance general de tantos tratados de protección de inversiones, libre comercio, convenios de estabilidad jurídica, entre otros que se han suscrito para dar ventajas al gran capital. ¿Contribuyeron a generar empleo decente? ¿Las empresas beneficiadas pagaron los impuestos que deberían? ¿Hubo impactos ambientales? Estas entre oras preguntas equivalen a no reconstruir una casa arrasada por un aluvión en el mismo cauce del río otra vez.
No podemos dejar de mencionar que, en plena guerra comercial y tecnológica entre las principales potencias, es necesario que los que tienen la responsabilidad política en la región se metan en el debate de qué papel jugamos en la geopolítica global y en particular en medio de esas tensiones. Estados Unidos, China y Rusia disputan hegemonía y Nuestra América es uno de esos campos de batalla. ¿Cómo vamos a movernos en tiempos de las redes inalámbricas 5G, y cuando las zonas donde hay gas y petróleo o estén en guerra o corran el riesgo de estarlo?
Finalmente, la protección social y la promoción de la demanda son anatemas para la receta de austeridad de las instituciones financieras internacionales (IFIS) como el Banco Mundial, por más que sus economistas jefes parezcan recomendar gasto social en una especie de esquizofrenia. Lo concreto es que, a través de diversos mecanismos, las IFIS promueven reformas laborales y pensionarias antiderechos y la inversión a través de asociaciones público privadas en las que el Estado asume la mayor parte del riesgo.
No obstante, en este cuadro pesimista, es necesario que las organizaciones sociales, las redes y en general la ciudadanía activa impulse el debate sobre alternativas económicas. Allí hay un doble reto. De un lado vencer en el corto plazo las grandes restricciones de mercado, infraestructura, sostenibilidad, financiamiento, tecnología, calificación, etc. que viven en la región la mayor parte de pueblos, respetando sus visiones comunitarias, y de otro lado, buscar en un horizonte mayor alternativas al capitalismo y su corrupción intrínseca donde ningún discurso moral parece impactar.
LIC. CARLOS A BEDOYA
Abogado con estudios de maestría en género y desarrollo. Actualmente coordinador de Latindadd: Red latinoamericana por justicia económica y social http://www.latindadd.org