El tránsito hacia la intervención transhumanista de los cuidados infantiles libres de violencia

• Fecha: 28 de junio 2023
• Nueva Acción Crítica: N° 15-2023
• Páginas: 33 al 53

Autores

Jesús Acevedo Alemán, de nacionalidad Mexicana, Trabajador Social, con doctorado en Políticas Comparadas de Bienestar Social, Profesor de la Facultad de Trabajo Social, UAdeC- Universidad Autónoma de Coahuila, México. 25 años de experiencia profesional. Cuenta con un amplio repertorio de publicaciones en el tema social y de niñez.

  • Email. jesusaceve@hotmail.com
  • https://www.linkedin.com/in/jes%C3%BAs-acevedo-alem%C3%A1n-6a250a137/
  • https://orcid.org/0000-0001-6089-9132

Irán Barrera, Psicólogo, de nacionalidad estadounidense, psicólogo con doctorado en Políticas Comparadas de Bienestar Social.  Profesor en California State University- Fresno, USA- Email. Director, SWERT Chair, Department Social Work Education  Researcher/Evaluator. Autor de diversas publicaciones centradas en el tema psicológico y la infancia.

  • Email: irbarrera@csufresno.edu
  • https://orcid.org/0000-0002-6190-536X

Resumen

El propósito de este artículo es reflexionar sobre los efectos de las prácticas de crianza violentas en el cuidado infantil. También se destaca la importancia de abordar el problema con nuevos enfoques como: Experiencias Adversas en la Infancia (ACE), las Pautas de Crianza Infantil y las perspectivas futuristas como las Atenciones Transhumanistas. La crianza violenta es un problema actual grave y frecuente. Este fenómeno ha estado presente a lo largo de la historia y tiene un impacto profundo en la sociedad, produciendo daños físicos, emocionales y mentales en las personas afectadas: niños y niñas. Es esencial que todos los sectores y niveles profesionales presten atención a este problema y desarrollen soluciones y metodologías efectivas. Nos encontramos en una era de transformaciones tecnológicas con grandes implicancias culturales, familiares y sociales en las que urge la mirada crítica para encontrar nuevos caminos para prevenir, contener o abordar la violencia en el cuidado infantil en el hogar y la educación.

Palabras claves: cuidados infantiles, prácticas de castigo infantil, salud mental, crianza positiva, intervenciones sociales, transhumanismo, trabajo social.

1. Introducción: La nueva pandemia: violencia en los cuidados infantiles

En la actualidad, hablar de los embates que el Covid-19 ha generado en la humanidad, representaría un tópico de análisis y reflexión en todos los ámbitos y sectores; particularmente si se analizan los efectos en las dinámicas sociales y familiares, donde la pandemia tuvo un “efecto devastador”, no solo en las defunciones, sino en lo relacionado a la salud mental, al igual que en el incremento de las prácticas de violencias en contra de las mujeres y los niños y niñas; representando ello, una nueva pandemia a consecuencia de la crisis sanitaria en el mundo

En la actualidad, hablar de los embates que el Covid-19 ha generado en la humanidad, representaría un tópico de análisis y reflexión en todos los ámbitos y sectores; particularmente si se analizan los efectos en las dinámicas sociales y familiares, donde la pandemia tuvo un “efecto devastador”, no solo en las defunciones, sino en lo relacionado a la salud mental, al igual que en el incremento de las prácticas de violencias en contra de las mujeres y los niños y niñas; representando ello, una nueva pandemia a consecuencia de la crisis sanitaria en el mundo.

En tal sentido la Organización Panamericana de la Salud (OPS, 2023) indica, por ejemplo, que en países como Brasil, más de cuatro, de cada diez personas durante la pandemia y después de ella, han tenido problemas de ansiedad; mientras que seis, de cada diez presentaron cuadros de depresión; quintuplicándose dichas cifras en el caso de Perú; y en caso del norte del continente, como en Canadá, su población mostró altos niveles de ansiedad, cuadruplicándose los síntomas a raíz de la pandemia. Sosteniendo el mismo organismo para el caso de México, la presencia de diversos síntomas de estrés postraumático clínicamente significativo en casi un tercio de la población; mientras que, en Estados Unidos, las tasas de ansiedad y depresión se incrementaron significativamente alcanzando hasta el 37% y el 30%, respectivamente a finales de 2020, frente al 8.1% y el 6.5% presentado en 2019 (OPS, 2023).

Agregando Tausch, Oliveira, Martínez, Cayetano, Barbosa y Anselm (2022), que la pandemia y sus efectos, ocasionó no sólo miedos a enfermar, sino traumas al perder seres queridos a causa de alguna nueva variante del coronavirus; aunado a los efectos económicos en América latina, donde la población sufrió de desempleo, pobreza e inseguridad alimentaria; condiciones de precariedad, que cimbraron las dinámicas y estructuras familiares, donde según los propios autores, los registros oficiales de las líneas telefónicas de ayuda, así como los informes policiales, indicaron un aumento de los casos denunciados de violencia doméstica, en particular el maltrato infantil durante la crianza, así como la violencia de pareja contra las mujeres; impactando en el incremento de los índices de violencia en América latina, donde se triplicó la media mundial que se registraba antes de la pandemia (Naciones Unidas, 2021).

2. Prácticas de violencia en la crianza infantil

Ahora bien, particularmente cuando se habla de las prácticas de disciplina infantil, con presencia de castigos corporales o físicos, estos aún están extendiéndose por todo el mundo, tanto en el hogar, como en los contextos educativos. Según la OMS (2021), mundialmente en dichos contextos al menos el 60% de los niños de 2 a 14 años sufren periódicamente castigos corporales a manos de sus padres u otros cuidadores. Indicando el mismo organismo que en algunos países, dentro de los contextos educativos, casi todos los alumnos declaran haber recibido castigos corporales por parte del personal docente; mientras que el riesgo de sufrir castigos corporales es similar para niños y niñas, indistintamente su estatus económico o social

Destacando que los castigos corporales incrementan los problemas de comportamiento de los niños con el tiempo, no ofreciendo ningún efecto positivo; de igual forma se indica que todos los castigos corporales, por muy moderados o ligeros que sean, conllevan un riesgo inherente de escalada; denotándose que el riesgo de imponer malos tratos severos es mayor entre, los padres que infligen castigos corporales.

Es por ello, que los castigos corporales se vinculan a diferentes efectos negativos para los niños en todos los países y culturas, en particular ante los problemas de salud física y mental. Así como en el deterioro del desarrollo cognitivo y socioemocional de los mismos niños, quienes pueden manifestar malos resultados escolares, y una mayor agresividad y posibilidad de recurrir a la violencia; infringiendo con ello, el derecho del niño al respeto a su integridad física y dignidad humana, el derecho a la salud, el desarrollo o la educación, y el derecho a no ser sometido a torturas ni otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes (Dialogo Interamericano, 2019).

Ahora bien, cómo se establece en varias metas de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, donde se exhorta a la eliminación de la violencia contra los niños, particularmente citado en la meta 16.2, en la cual se indica el poner fin al maltrato, la explotación, la trata y todas las formas de violencia y tortura contra los niños. Enmarcando con ello, que el castigo corporal y los daños que conlleva pueden prevenirse si se utilizan enfoques multisectoriales y multidimensionales, derivadas de reformas legislativas, así como el cambio de normas perjudiciales en relación con la crianza y el castigo de niños; participando activamente la red de apoyo familiar e institucional con programas en las escuelas, en donde los padres y cuidadores adquieran un liderazgo nato en la formación de sus hijos (OMS, 2020).

Hay que recordar que el castigo corporal desencadena respuestas psicológicas y fisiológicas dañinas, que van desde el dolor, tristeza, miedo, cólera, vergüenza y culpa, donde los niños se sienten amenazados; provocándoles estrés fisiológico, así como la activación de las vías neuronales que ayudan a hacer frente al peligro. Es decir, que los niños que han recibido castigos corporales suelen exhibir una elevada reactividad hormonal al estrés, sobrecarga en los sistemas biológicos, en particular los sistemas nerviosos, cardiovascular y nutricional, y cambios en la estructura y funciones cerebrales (OMS, 2020).

Es por ello, que entender la estrecha relación, entre el castigo corporal y una amplia gama de efectos negativos tanto inmediatos como a largo plazo, es fundamental para evitar los daños físicos directos, que en ocasiones pueden dar lugar a perjuicios graves, como en la discapacidad de larga duración o la muerte; problemas de salud mental, en particular trastornos de comportamiento o de ansiedad, depresión, desesperanza, baja autoestima, conductas autolesivas e intentos de suicidio, dependencia del alcohol y las drogas, hostilidad e inestabilidad emocional, que continúan en la edad adulta. De igual forma, pueden impactar en el deterioro del desarrollo cognitivo y socioemocional, especialmente en la regulación de las emociones y la capacidad para resolver conflictos. Destacándose los posibles daños en la educación, en particular el abandono escolar y malos resultados académicos y en el ámbito laboral; internalización moral deficiente y mayor frecuencia de comportamiento antisocial; mayor agresividad en los niños; comportamientos violentos, antisociales o delictivos en la edad adulta; daños físicos indirectos debido a la sobrecarga de los sistemas biológicos, en particular la aparición de cánceres, problemas debido al alcohol, migrañas, enfermedades cardiovasculares, artritis y obesidad, que continúan en la edad adulta; así como una mayor aceptación y uso de otras formas de violencia y deterioro de las relaciones familiares (OMS, 2020).

Bajo dicho orden de ideas la UNICEF (2015), reporta que la negligencia y la violencia física, sexual y psicológica, representan las prácticas nocivas de mayor frecuencia en los contextos familiares. Advirtiendo que, en las últimas décadas, ningún país es inmune a este flagelo, ni tampoco a las diversas manifestaciones de la violencia que se pueden presentar en el hogar, en la escuela, en las instituciones de cuidado o de justicia, en la comunidad o en los entornos digitales (Pinheiro, 2006). De tal forma, que alrededor del 50% de la población de menos de 18 años en el mundo, ha sido víctima de violencia en el hogar, en su mayoría perpetrada por familiares o personas cercanas (OMS, 2020). Es por ello, que cuando se habla de la violencia en casa, particularmente afecta de manera diferente a niñas y niños, y puede darse en contextos donde existen factores adicionales de riesgo que dan lugar a otras formas de violencia; entre estos se incluyen las violaciones a los derechos de la niñez y adolescencia en el conflicto armado (Naciones Unidas, 2013), la trata de niñas, niños y adolescentes (UNODC, 2020) y el trabajo infantil (OIT, 1999), que afectan la integridad física, psicológica y social de la niñez y adolescencia y limitan sus posibilidades de desarrollo.

Ahora bien, declara la UNICEF (2020), que, durante la crisis de la enfermedad por coronavirus, se presentaron factores como las limitaciones de la actividad económica, el cierre de las escuelas, el acceso reducido a los servicios de salud y el distanciamiento físico, condiciones que contribuyeron a incrementar la vulnerabilidad y exposición en la infancia y adolescencia a la violencia, así como a diversas vulneraciones a los derechos de niñas, niños y adolescentes (Bhatia y otros, 2020). Particularmente en América Latina y el Caribe, según la CEPAL (2020) al presentarse el deterioro progresivo de los factores socioeconómicos derivado de la crisis sanitaria por COVID-19, contribuyó a la reducción de elementos esenciales de protección a la infancia, incrementándose la violencia contra niñas, niños y adolescentes (OMS, 2020). Aunado a lo anterior, la presencia de factores como las desigualdades preexistentes en aspectos socioeconómicos, de vivienda y de acceso a la salud, contribuyó en que grupos, como las familias migrantes, o las familias en estados de precariedad, o de pobreza o extrema pobreza, enfrentaran un mayor riesgo de presentar episodios de violencia, o de problemas de salud mental, ante los temores por contraer el virus o de sufrir algunas de las consecuencias derivadas del impacto de la crisis sanitaria en sus regiones (Tres y Chatruc, 2020).

Es por ello, que la violencia contra niñas, niños y adolescentes se entiende como un fenómeno, que no es algo que les suceda solamente a las víctimas de manera fortuita. Entendida dicha violencia como una serie de actos deliberados que se cometen a una tercera persona, y en esa medida, es que se debe y se puede prevenir. Particularmente dentro de los hogares, espacios donde se pueden generar condiciones que aumenten la posibilidad de violencia contra las niñas, los niños y los adolescentes por parte de sus padres, madres, cuidadores, pares, hermanas y hermanos, o familiares y personas cercanas con quienes interactúan con regularidad o conviven (APIAH, 2020). Actores que, al ser identificados como factores relevantes, se pueden atender de manera oportuna, y con ello evitar que se produzca una situación de violencia (CEPAL–UNICEF, 2020).

Aunado a lo anterior, el incremento del uso de herramientas digitales como consecuencia de las medidas de aislamiento adoptadas en la mayoría de los países, en el marco de la pandemia (Blackman y otros, 2020), potencializó el espectro de las agresiones, y de los perfiles de los agresores, quienes se visibilizan fuera del núcleo familiar; sujetos que vienen a interactuar desde el entorno digital, como pares o personas desconocidas (UIT, 2020; EUROPOL, 2020).

Ahora bien, como se ha establecido, el castigo físico presente incluso durante los primeros cinco años de vida de los niños y niñas (UNICEF, 2020), se ha venido relacionando estrechamente con la violencia psicológica, como práctica de crianza (Naciones Unidas, 2006); donde según estimaciones recientes de organismos como las Naciones Unidas y la Unicef, calculan una prevalencia de un 55.2% de la agresión física y un 48% de la agresión psicológica en la crianza en América Latina y el Caribe (Cuartas, 2020). Cifras que se suman, al aumento de los casos de violencia en casa, que se reflejan principalmente en el incremento de los registros administrativos de casos denunciados en plataformas de reporte y atención, en su mayoría de violencia en la pareja, sobre todo contra mujeres (Peterman, O’Donnell y Palermo, 2020).

En países como los Estados Unidos, se estima que las denuncias de violencia contra la niñez disminuyeron en más del 60% cuando no asisten a la escuela (Fitzpatrick, Benson y Bondurant, 2020); observándose una tendencia similar en la violencia contra las mujeres cuando no es posible detectar, los casos en los lugares de trabajo o en la interacción con la familia extensa o personas de la comunidad (Peterman, O’Donnell y Palermo, 2020). En otras palabras, tales cifras no retratan una disminución o un aumento de casos, sino de una disminución de la capacidad de detección, es por ello, que es importante resaltar que ni el COVID-19, ni las medidas para su contención generan la violencia que se perpetra contra niñas, niños y adolescentes. La crisis derivada por dicha pandemia exacerbó los factores de riesgo, deteriorando los factores de protección de manera que, en las condiciones actuales, las niñas, niños y adolescentes de las distintas regiones están más expuestos, a ser víctimas de violencia física o psicológica grave, como, por ejemplo: el uso del castigo físico y humillante como práctica de crianza, negligencia, violencia sexual y violencia en línea (CEPAL–UNICEF, 2020).

Por lo anterior, se ha considerado importante la atención de la salud mental, como una de las acciones necesarias para dar respuesta a los casos de violencia detectados. Sosteniendo la CEPAL-UNICEF (2020) que es fundamental que los servicios de apoyo psicosocial, emocional o espiritual sean accesibles sin restricciones, sin condicionar su acceso al hecho de haber sido víctima de violencia, tanto en el caso de niñas, niños y adolescentes, como en el de las mujeres.

Ello, significa el habilitar servicios de atención psicosocial para la población en general, lo cual permita el prevenir y atender los trastornos de salud mental en cada integrante de la familia, y en su conjunto, en casos como la depresión, la ansiedad, la ideación suicida y el estrés en padres, madres y cuidadores y en los propios niños, niñas y adolescentes; intervenciones que promuevan las prácticas asertivas de crianza y de comunicación en el hogar.

3. Cuidados infantiles en tiempos de crisis de Salud pública y mental

La atención de la salud mental, adquiere una relevancia distinta al destacar aquellas consecuencias para la misma salud integral de las personas que padecieron el coronavirus, donde, según los datos oficiales describen que, a un tercio de las personas que sufrieron COVID-19 se les diagnosticó un trastorno neurológico o mental, que a mediano y largo plazo estarán observando sus efectos en la sociedad; particularmente en aquellas personas sin antecedentes psiquiátricos, donde el diagnóstico de COVID-19, en los siguientes 14 a 90 días se podría estar asociando a una mayor incidencia de un primer diagnóstico psiquiátrico.

Es por ello que la pandemia, también contribuyó a la recaída e incremento de los síntomas de salud mental en personas con condiciones preexistentes; destacándose que los sujetos con un diagnóstico reciente de un trastorno mental, tienen un mayor riesgo de infección por COVID-19, así como una mayor frecuencia de resultados adversos, lo que representa un factor de riesgo adicional para el deterioro de la salud mental, derivando ello, en conductas agresivas, o de hostilidad al interior de sus dinámicas familiares, en las convivencias con sus hijos y parejas, así como en las prácticas de cuidado infantil, las cuales son mediante abusos, castigo u hostilidades de distinta naturaleza (Tausch y otros, 2022).

Ahora bien, particularmente cuando se habla de los cuidados infantiles e intervenciones en el periodo pandémico y pospandémico (Engle y otros, 2011) se dimensionan y potencializan los riesgos que corre la niñez; requiriéndose en dicha etapa de vida para un adecuado desarrollo, de cuidados que incluyan estimulación, protección contra el estrés, atención médica y nutricional, y oportunidades para jugar y aprender. De no ser así, en contraste, el crecer la población infantil en entornos inseguros o poco estimulantes y sin el cuidado adecuado de una persona adulta, corren el riesgo de desarrollar déficits que persisten a lo largo de la vida (Center for the Developing Child, 2007; CONEVAL-UNICEF, 2022).

De tal forma, el desarrollar adecuados cuidados infantiles es de suma importancia; entendiendo dichos cuidados formales, como aquellas acciones de atención sobre niñas y niños efectuadas por personas adultas, que no son sus padres, y que asumen el rol de personas cuidadoras (capacitadas o sin capacitación) en escuelas, jardines infantiles privados o proporcionados por el gobierno u otras organizaciones; cuidados ejercidos por madres, padres, redes de familiares o amistades, y generalmente, ocurre ya sea donde vive el niño, la niña o la persona adulta encaminadas hacia la atención de calidad en beneficio para el desarrollo infantil (Mccartney, 2021).

Según Shamah-Levy y otros (2020) la evidencia ha confirmado que el cuidado inadecuado es adverso para el desarrollo infantil; un indicador de cuidado inadecuado, que refiere al porcentaje de la población menor de 5 años que fue dejada sola, o al cuidado de un menor de 10 años durante más de una hora, al menos una vez en la última semana. Señalando los mismos autores que en el caso de México, el 5.71% de niñas y niños tuvieron cuidado inadecuado en la semana previa a su estudio en el 2018, ligeramente superior al registro del 2015 (5.1%); de estos, el 3.66% fueron dejados solos en su hogar; mientras que 2.56% fueron dejados al cuidado de otro menor de 10 años en la semana previa a la investigación.

Agrega UNICEF (2020), que un factor que es determinante en las oportunidades que tienen niñas y niños de alcanzar un desarrollo potencial efectivo es la pobreza, dado que, la pobreza monetaria limita la capacidad de las familias de satisfacer sus necesidades, y por otro lado, la falta de tiempo recorta la frecuencia y calidad de las oportunidades de juego y de interacción entre los cuidadores, y las niñas y niños. Es por ello, que según el Banco Interamericano de Desarrollo (2013) las personas adultas que se enfrentan a diario con la pobreza tienen menos tiempo, dinero y recursos emocionales y cognitivos para atender las necesidades de sus hijos e hijas, por lo cual, la pobreza se enuncia como un factor mediador que pone en riesgo a la niñez, de poder alcanzar su desarrollo potencial.

Indicando el Banco Mundial (BM) que en el 2020, se presentaron más de 356 millones de niñas y niños que sobreviven con menos de 1.9 dólares al día (Banco Interamericano de Desarrollo, 2013); para el caso de México, las estimaciones generadas por el CONEVAL indican que, en 2020, el 54.3% de la población de menores de 5 años, se encuentra en situación de pobreza, de la cual, el 11.8% se encuentra en pobreza extrema, mientras que el 20.2% presenta vulnerabilidad por carencias sociales y el 9.3% es vulnerable por ingresos; únicamente, el 16.2% de niñas y niños no son pobres ni vulnerables. Mientras tanto, respecto a las carencias sociales, el mismo organismo indica que, en 2020, el 24.3% presentó carencia por acceso a la alimentación nutritiva y de calidad. Apuntando la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT, 2018), con respecto a las niñas y niños de entre 1 y 4 años, en el 82.4% consumía bebidas no lácteas endulzadas, el 62.7% consumía botanas dulces y postres; mientras que solo el 19.7% consumía verduras, el 46.8% consumía frutas y el 88.5% de la población infantil de estas edades consumía agua.

Bajo dicho contexto, el tema de los malos tratos y la violencia durante los cuidados adquiere una mayor relevancia, debido a las fragilidades familiares en sus soportes y estructuras de apoyo, que según la UNICEF (2020) en el caso de los lactantes y niñas y niños pequeños, son especialmente vulnerables ante las situaciones de violencia en el hogar por parte de sus cuidadores principales, debido a su dependencia y limitación de las interacciones fuera del hogar. Agregando Pinheiro (2006) que además de lo anterior, las consecuencias de la violencia en esta etapa de la vida se multiplican y agravan porque les deja marcas físicas y emocionales que pueden permanecer toda la vida; indicador que revela la calidad del cuidado en los hogares, donde hay prevalencia de métodos agresivos o violentos de disciplina.

Apuntando Shamah-Levy y otros (2020) en el caso de México, que al menos en el 58.9% de niñas y niños menores de cinco años, fueron sometidos por lo menos a una forma de castigo psicológico o físico, por algún miembro del hogar. Denotándose que en la gran mayoría de los hogares mexicanos se emplean una combinación de prácticas violentas: el 46.9% fue sometido a agresión psicológica y el 39.2%, a castigo físico. Describiendo los mismos autores, que entre las formas más severas de castigo físico (golpes en la cabeza, las orejas o la cara, así como golpes con fuerza y repetidamente) son menos comunes y se presentan en el 3.8% de niños y niñas. En la medida que las condiciones sean más favorables para la crianza y se sume, más información sobre los efectos nocivos de la disciplina violenta será más fácil que los cuidadores usen otros métodos de disciplina, como la disciplina positiva; destacando que el presente contexto evidencia la necesidad de reforzar acciones de los cuidados infantiles libres de cualquier acto de violencia.

4. Hacia la crianza positiva libre de violencias

Es por ello que, al hablar en principio sobre la crianza infantil y su estrecha relación con los entornos que pueden contribuir al desarrollo de los episodios de violencia infantil, permitirá generar espacios cada vez más saludables, y libres de cualquier práctica agresiva, la cual no distingue ni género, edad, o condición social, presentándose las agresiones hacia los niños y niñas en cualquier escenario como puede ser en: el hogar y la familia, la escuela, los centros de cuidado infantil, las guarderías, otros establecimientos de cuidado formal; los sistemas de protección y de justicia; y la comunidad. Espacios, donde las niñas y niños pueden estar expuestos a abuso y acoso sexual y violencia física y psicológica (Pinheiro, 2006).

Hasta este punto, se puede reconocer que el problema en torno al cuidado infantil es complejo y multifactorial, y cuyas causas están asociadas sistémicamente con distintos factores y sectores; donde sus implicaciones de atención recaen en distintos ámbitos y niveles de gobierno (Cejudo, 2017). Es por ello, que se puede indicar que independientemente de las aristas, bajo las cuales se aborden los desafíos del cuidado infantil, lo relevante es el poner énfasis en las soluciones, así como en las medidas de atención, o en aquellas actividades que favorezcan al cuidado positivo y la crianza libre de violencia en los hogares y centros de atención infantil, como puede ser las atenciones a las Experiencias Adversas en la Infancia (ACE) (Barrera, Mendoza y Crawford, 2022) o todas aquellas recomendaciones internacionales sobre las pautas de crianza infantil (UNICEF, 2011), o considerar visiones más futuristas en una era de inteligencias artificiales, y desarrollos tecnológicos, como puede ser las atenciones transhumanistas, entre otras (Acevedo y Gallegos, 2019).

5. Experiencias adversas en la infancia (ACE)

Las Experiencias adversas en la infancia (ACE) en Estados Unidos representan un importante problema de salud pública, ya que los diferentes efectos que los traumas infantiles se presentan a corto y largo plazo están derivando en un impacto perjudicial en la salud mental (Jonson-Reid, Kohl y Drake, 2012). El consenso de la literatura sobre las ACE sostiene que los niños que experimentan maltrato, como abuso físico, emocional y/o sexual, tienen un mayor riesgo de problemas de salud mental, incluido el trastorno por uso de sustancias, depresión, intentos de suicidio y comportamiento sexual de riesgo (Navalta, McGee y Underwood, 2018). Por ejemplo, Hunt y otros (2017) encontró que los niños expuestos a ACE tienen un mayor riesgo de sufrir problemas de salud y problemas de comportamiento en etapas posteriores de vida. Además, los niños de comunidades desfavorecidas o en situación de vulnerabilidad, incluidos los niños latinos, los niños de familias de bajos ingresos y los niños de hogares monoparentales, tienen más probabilidades de experimentar ACE a una edad temprana en comparación con sus compañeros no desfavorecidos.

Lo anterior, enmarca que los niños latinos poseen más probabilidades de experimentar ACE, aunado a lo anterior, la falta de programas personalizados y basados en evidencia para educar a los padres de habla hispana y a sus hijos sobre las ACE incrementa los riesgos en dicho sector. Es por ello, que, en Estados Unidos, se reconoce que la educación de los padres sobre los impactos de las ACE es una de las mayores estrategias que puede ayudar a prevenir tales experiencias entre los niños pequeños de bajos ingresos, reconociendo las diferentes dependencias públicas y privadas, que, al cambiar las normas familiares, así como el conocimiento, las actitudes y las intenciones de comportamiento de los padres se puede revertir dicho fenómeno (Barrera, Mendoza y Crawford, 2022).

Particularmente, para atender el estrés tóxico, se instrumentó el programa Strikeout Toxic Stress; estrategia de intervención de siete semanas, que incluye la participación de los padres de familia, donde al utilizar un manual, didáctico para colorear, que se enfoca en educar a las familias latinas sobre el impacto de las ACE en el desarrollo infantil, en una región rural y periurbana en el Valle Central de California durante la pandemia mundial. Proyecto diseñado para ayudar a las familias latinas de habla hispana a comprender y prevenir las ACE, y con ello, aumentar la alfabetización de ACE y mejorar las prácticas positivas de crianza. Destacando que dicha intervención comprende once temas principales, que incluyen: autoestima, respeto, aliento, protección, comunicación, descanso, afecto, consideración, recuperación, amor, salud y éxito. A su vez, cada tema incluye actividades que permiten a los padres evaluar su papel en la contribución a las ACE de sus hijos, al tiempo que los educan sobre los resultados negativos para la salud relacionados con las ACE. Destacando que en dicho manual se proporcionan a los padres ejemplos de prácticas positivas de crianza, así como se les alienta a interactuar con los temas principales del libro al momento que lo colorean (Barrera, Mendoza y Crawford, 2022).

6. Pautas de crianza infantil. Construyendo una política internacional

En el caso particular de México, y otros países de América latina, se afilian a las recomendaciones de la UNICEF (2011), quien publica una serie de manuales didácticos, y estrategias que abordan la crianza positiva de los hijos, reconociendo los desafíos en cada uno de los periodos como puede ser: desde los 0-12 meses, de 1 a 3 años, así como de 3 a 5 años. Donde se reflexionan temas vinculados a: aprender a ser padres y madres en el camino; los cambios durante el embarazo; el nacimiento, esa revolución familiar; el apego; el temperamento y su destino; la comunicación; la presencia de los abuelos y abuelas; los vínculos tóxicos en la familia; las fastidiosas rabietas; el llanto; los miedos; cuando mamá y papá discuten o se separan; la vida saludable; hábitos; sexualidad, entre otros.

Reconociendo el mismo organismo, que las personas que tienen a su cuidado a niñas, niños y adolescentes ostentan una responsabilidad de protegerles y formarles respetando sus derechos humanos, libres de cualquier ejercicio de violencia, de maltratos y castigos físicos o humillantes como golpes, azotes, nalgadas, amenazas, gritos, regaños o críticas atemorizantes. La crianza positiva representa el mayor reto, donde los cuidados y disciplinas infantiles, no sean bajo métodos violentos y autoritarios, al contrario, reflejen dinámicas favorables para el desarrollo de la niñez. Basada en la razón, la sensibilidad, el amor, la igualdad, la tolerancia y el respeto (UNICEF, 2023).

Por lo anterior, la crianza positiva adquiere suma relevancia dentro de las dinámicas familiares, debido a que se centran en el conjunto de prácticas de cuidado, protección, formación y guía que ayudan al desarrollo, bienestar y crecimiento saludable y armonioso de las niñas, niños y adolescentes, centradas en atender: la evolución de sus facultades; la edad en la que se encuentra; sus características y cualidades, sus intereses, motivaciones y aspiraciones; la decisión consciente de no recurrir a castigos físicos ni a tratos humillantes; el respeto a sus derechos; el buen trato como seres humanos, así como en atender sus necesidades de desarrollo, y en respetar sus derechos para facilitar su sano desarrollo físico, mental y social (UNICEF, 2023).

7. Una mirada hacia las atenciones Transhumanistas

Para la World Transhumanist Association (2003) el Transhumanismo es el movimiento intelectual y cultural que promueve la posibilidad y deseabilidad fundamental de mejorar la condición humana a través de la razón aplicada y haciendo ampliamente accesibles tecnologías que eliminen el envejecimiento y mejoren de manera significativa las capacidades humanas intelectuales, físicas y psicológicas.

La propia asociación señala que se trata de un movimiento que defiende la idea de que el ser humano utilice la tecnología disponible para mejorar, no solo las discapacidades, sino las capacidades naturales normales propias de nuestra especie y trascender sus límites en pos de un estado mejorado y superior deseable.

Dicho término fue acuñado por primera vez por Julian Huxley, biólogo y primer director de la UNESCO en 1946. A partir de ese momento la idea es ignorada en el tiempo hasta que en 1962 el profesor de física Robert Ettinger publica su libro “The Prospect of Inmortality” en el que se desarrolla la idea de criogenización como forma de eludir la muerte. Según Vaccari (2013) el Transhumanismo nace, tal y como es en nuestros días, en la década de los 80 en California, durante el apogeo del tecnoliberalismo, corriente nucleada alrededor de Silicon Valey en los noventa.

Según el Institute for Ethics and Emerging Technologies (IEET, 2023) el movimiento alberga como principales conceptos el “human enhancement” (mejoramiento humano), definido como: cualquier intento de superar de forma temporal o permanente las limitaciones corrientes del cuerpo humano a través de medios naturales o artificiales. El término es aplicado al uso de medios tecnológicos para seleccionar o alterar las características humanas, siendo o no la alteración resultante una característica o capacidad que se encuentre más allá del rango humano.

Según Cortina y Miquel (2016) este tipo de “mejoras” podrían ser: permanentes o temporales, invasivas o no invasivas, individuales o transmisibles, y de tipo genético, físico, psíquicas o cognitivas, afectivas o morales. Señalando Bostrom (2005) que las mejoras o modificaciones que plantea el Transhumanismo, tienen que ver con la extensión de la vida saludable, la erradicación de las enfermedades, la eliminación del sufrimiento innecesario, y el aumento de las capacidades intelectuales, físicas y emocionales. Finalmente se puede señalar que los objetivos generales transhumanistas pueden resumirse bien en tres metas que son: las de conseguir la súper inteligencia, la súper longevidad y el súper bienestar donde se eliminen todo tipo de violencias, y ambientes hostiles, para toda la humanidad (IEET, 2023).

El Transhumanismo considera, que la evolución Darwiniana ha tocado techo y que el desarrollo exponencial de la inteligencia artificial, a partir de ahora no nos deja otra salida que integrarnos en la tecnología (La Vanguardia, 2021). En tal sentido, las intervenciones sociales en respuesta a dicho movimiento, y derivada por “la nueva normalidad”, comienza a generar las atenciones online, correspondientes a cada dependencia, o áreas de actuación, en donde se replantean las funciones tradicionales de las disciplinas vinculadas a dicho quehacer, transitando de acciones de campo, a semipresenciales, hasta llegar a las intervenciones online (Belmont, Velázquez y Tello, 2020).

Los ejercicios que comienzan los profesionales a desarrollar desde casa ofrecen un nuevo panorama de intervención, con el uso de la tecnología potencializan sus alcances, sin soslayar la esencia de sus perfiles, los cuales siempre estarán centrados en la interacción humana. Se comienza una nueva era, donde se webina, la atención en población de riesgo, manteniendo la conexión humana frente a la conectividad; es decir, se diseñan contenidos que se adaptan al formato de vídeo y se imparte por medio de internet. Los profesionales desarrollan la atención desde páginas web, ofreciendo diversos servicios: información, orientación, prevención, educación a distancia y capacitación. Empiezan a ir más allá de los roles tradicionales generando la intervención a través de la interfaz (conexión física y emocional, entre el ser humano y la maquina). Empezando a repensar de manera creativa e innovar a través de las TICs, habilitándose en plataformas para video llamadas: Google Hangouts, Jitsi, Skype, ooVoo, Zoom, Slack, Microsoft Teams, GoToMeeting, Google Meet, BlueJeans, Cisco Webex Meetings (Castro, 2020).

Sus actividades de atención y acompañamiento comienzan a reinventarse a través de atenciones remotas: consultas y controles telefónicos; seguimiento en línea de trámites y tratamientos; contención emocional, a través del vínculo voz a voz; seguimientos de situaciones de riesgo; webina los temas de prevención y educación; innovación en los vínculos online. De igual manera, se comienza a generar diagnósticos de capacidades tecnológicas, de su uso y habilitación por parte de los usuarios, sujetos, grupos, sectores y comunidades de intervención. Se identifica a la población en situación de riesgo, de violencia y maltrato infantil y generan formas específicas de establecer vínculos por la interfaz (Carballeda, 2020).

Se comunica vía telefónica con la población adulta mayor, con discapacidad, niños y niñas en situación de violencias, entre los diversos grupos en situación de riesgo. El profesional comienza a desarrollar llamadas de contención y de acompañamiento. Efectúa conversaciones en grupo y familias online, talleres grupales online. Forma grupos de acompañamiento vía WhatsApp. Tiene números gratis para alguna solicitud (hace convenios con empresas de telefonía). Ejercita los acompañamientos online: psicoemocional, social, espiritual, y de servicios (Celats, 2020).

En síntesis, los profesionales de las Ciencias Sociales, Humanidades y de la Conducta comienzan a desarrollar una intervención social Transhumanista, con el uso de herramientas tecnológicas, no sin replantear y definir sus propios alcances en congruencia con su propia naturaleza, la cual lo lleva a ser claro en que la intervención de necesidades sociales responde en todo momento a la parte humana, y si se pierde en lo tecnológico se desvirtuará completamente. Ante lo cual, no se debe de olvidar que lidiar con el Transhumanismo, debe de centrarse el profesional en todo momento con los lazos, es decir con la comunicación activa, así como con los acompañamientos emocionales, y en esa estrecha vinculación que no debe subestimarse en ningún momento, misma que le permitirá mantener los lazos con las emociones, y seguir avivando la inteligencia emocional por encima de la inteligencia artificial.

8. Conclusiones

  • Las prácticas de crianza violentas en la actualidad representan una pandemia paralela que a lo largo de la historia, ha dado lugar a sociedades cada vez más violentas, dejando profundos daños emocionales y mentales que requieren urgente atención por parte de todos los sectores. Este reto nos exige desarrollar mejores metodologías, con herramientas calibradas de mejor alcance y resultados tangibles. Es importante reconocer que nos encontramos en una era de profundas transformaciones tecnológicas, con directas implicaciones sociales, y en las interacciones familiares. Esto debe motivarnos a la búsqueda de nuevas visiones que contribuyan en la prevención, contención o atención de cualquier práctica de violencia, y particularmente durante los cuidados infantiles, la disciplina dentro de los hogares y los contextos educativos o de espacios formativos.
  • Es necesario reconocer que estamos frente a nuevas generaciones hibridas y tecnologizadas que experimentan diferentes formas de violencias durante su crianza. Este reconocimiento es el punto de partida para ir incorporando las nuevas formas tecnológicas de atención, las cuales, pueden responder a visiones transhumanistas, como la nueva utopía del siglo XXI. Estas nos ofrecen alternativas tecnológicas incluso con la integración de la Inteligencia Artificial (IA) durante las intervenciones. Se viene reconociendo la utilidad de dichos avances para trascender los límites de las capacidades humanas normales. Y frente a esto conviene recordar que, el ser humano es un ser vivo complejo que a lo largo de su vida recurre al acto del cuidado para mantener, no solamente su vida, sino también su bienestar y por ende su felicidad.
  • Nos encontramos ahora, en un punto de la historia en el que, el ser humano se caracteriza por un dominio extenso de la naturaleza nunca antes experimentado. El mismo avance científico que nos ha posicionado como especie dominante del planeta, ha llegado a un nivel en el que la modificación profunda, no solo de las características biológicas de los seres humanos, sino de nuestras dimensiones como personas, será posible en un futuro, tal y como propone el movimiento Transhumanista.
  • En este escenario, se debe reconocer en los nuevos discursos, planteamientos teóricos y metodológicos de la intervención social; que se está viviendo una era donde el ser humano se está “bio-mejorando” a través, del uso combinado de distintas tecnologías convergentes como la nanotecnología, la biología, las ciencias de la información y la comunicación, y las técnicas cognitivas, así como la neurociencia. La meta es trascender los límites biológicos y naturales que hasta ahora nos han definido y con ello, terminar con la enfermedad, el sufrimiento, el envejecimiento, la muerte imprevista, así como las conductas violentas.
  • Destacando que el Trabajo Social es una disciplina científica encaminada a la atención de las necesidades y problemáticas sociales, es claro que encuentra un nuevo nicho de despliegue profesional en el contexto de los avances tecnológicos. Privilegiando en su tarea, en la cual ha problematizado históricamente lo social, y donde se ha venido apoyando de miradas y configuraciones tradicionales, las derivadas por la primera reconceptualización, así como por visiones más contemporáneas (modelos constructivistas, paradigma de la complejidad, el transhumanismo), mismas que le han representado, los dispositivos epistémicos, para analizar sus objetos de interés, así como, para el diseño y la generación de metodologías de intervención. Por lo anterior, es posible hablar de un Trabajo Social Transhumanista, siempre y cuando se desee participar en dicho debate y reflexión que derive en posiciones, en metodologías, en nuevas construcciones sociales, encaminado todo ello, en la resignificación de un nuevo sujeto, de nuevas realidades y objetos. Esto requeriría diferentes tipos de acompañamiento y servicios profesionales híbridos, respaldados por herramientas tecnológicas e incluso, en ocasiones, con el apoyo de la Inteligencia Artificial.
  • De tal manera, se requiere de un profesional que se distinga por esa visión, y la capacidad para adaptarse a dichos desafíos, y que se caracterice por esa irreverencia crítica, de ideales sólidos, y principios inquebrantables; un pensador, que abrace las causas nobles, y luche por todo aquello que su sentir, y su conciencia le dicte; un rebelde de los dogmas, que los cimbre como parte de su cotidianidad; en una palabra, la representación de lo que debe ser la evolución de la intervención social, o mejor dicho los acompañamientos Transhumanistas.

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