Decrecimiento y COVID

México

Foto: jra.abae.pt

El coronavirus es una oportunidad para construir una crítica de ecología política desde el decrecimiento individual y colectivo.

El mundo está en una pausa relativa. La caída de la demanda de petróleo y la guerra de precios sobre el hidrocarburo, el tambaleo de las bolsas financieras y la reducción parcial de los niveles de contaminación en la atmósfera, dan cuenta de un planeta momentáneamente desacelerado. La biosfera respira. El COVID-19 es, ante todo, un nuevo riesgo en el mundo, uno de tantos que acarrea la sociedad industrial en la que habitamos. Los datos son claros, ni el coronavirus es la enfermedad que cobra más vidas al tiempo en el que se esparce, ni es la única fuente de incertidumbre a la que habrá que estar expuestos durante y después de la contingencia sanitaria. Aun así, representa un peligro que estamos obligados a sortear. Otro más.

Esto presenta oportunidades, sobre todo para quienes nos es posible vivir algunas semanas en confinamiento, ya por nuestra actividad profesional, ya por nuestro ingreso. El hecho es que, aunque las clases medias globales somos las que estamos más habilitadas para la cuarentena, también seremos las más sensibles –que no las más afectadas– a las crisis económicas que vendrán después, por nuestra dependencia al crédito, a la hipoteca, a la gasolina, a un consumo sustentado en altos niveles de gasto, por los recortes de personal que efectuarán empresas e instituciones.

Las clases altas compuestas por empresarios, burócratas de cúpula, CEOs, gerentes, corredores de bolsa (todos los puestos globales al servicio del gran dinero), sacarán a la larga un mayor partido de la crisis. También serán quienes, después de un balance, se verán menos afectados. Perderán hoy, para ganar mañana. Su descontento actual será colmado por un mundo que demanda siempre más productos, más servicios y más empleos que dependen de ellos. Habrá, quizá, hasta seguros contra el COVID-19 que venderán un kit de curación (vacuna, tratamiento y viaje a Bali). Las acciones de la industria farmacéutica crecerán, la venta de cursos de capacitación médica también lo hará, y así sucesivamente.

Quienes ocupan los peldaños inferiores de nuestra estamental sociedad global serán los más desprotegidos. Me parece que es innegable la desigualdad en la que la crisis del coronavirus puede enfrentarse según niveles de ingreso y consumo. Esta crisis sanitaria global solo recrudecerá las desigualdades, haciendo más amplia la línea que divide a poseedores y desposeídos. Hay una serie de ironías que vale la pena mencionar: el virus viajó en avión, pero los mayores afectados viajan a pie, en bus o en bicicleta; el virus nació en la segunda potencia económica del mundo (China), se esparció primero por el Norte global y terminará en el Sur, la región con menor bienestar, mayor pobreza, violencia y desigualdad. Así, el primero en salir del virus, será el primero en retomar la carrera por el crecimiento y la acumulación: un impulso más para el Norte global, un impulso más para las clases opulentas globales que habrán de recuperar con ansia su presente interrumpido por la contingencia.

Ejemplo de ello, es que el coronavirus irrumpió la escena internacional en la que prima el agotamiento general de los combustibles fósiles, y lo impulsará con fuerza una vez saliendo de él. Hoy existe una caída de la demanda de petróleo producto del COVID-19, pero cuando los países deban instrumentar políticas de recuperación nacionales (“new deals”), la demanda crecerá, incrementando los niveles de extracción y de producción de barriles, retomando, pues, el buen curso del crecimiento. El COVID-19 es un bache para las naciones ricas del globo y para el capitalismo global. No un “golpe letal”, como plantea Žižek, y que Byung-Chul Han se encargó refutar.

Pero este texto es para recuperar algo de aliento frente al tsunami informativo que el capitalismo emocional nos ha hecho reventar en la cara. Estas líneas buscan dibujar algunos trazos de lo que el decrecimiento plantea para imaginar un mundo más allá de un escenario de crisis (y colapso) como el que estamos viviendo. Estos trazos dan cuenta de algunos valores y acciones fundamentales a la propuesta del decrecimiento –una propuesta que espero cobre más y más relevancia sumándose a las alternativas existentes, particularmente en nuestro continente. El decrecimiento reclama una justicia social y ambiental en el uso de los bienes naturales, tecnología y satisfactores existentes.

  1. Ocio creativo frente al ocio del hiperconsumo. El decrecimiento plantea que, en una deseable sociedad no industrial, el ocio y el tiempo no laboral son siempre valiosos. Cualquier actividad creadora que nos aleje de la productividad y de la dependencia al trabajo (elementos clave de la acumulación capitalista), es ya en sí misma una forma de producción no capitalista. Pero el ocio que se reivindica no es el ocio alimentado por el consumo de siempre, no es gastar para la industria del entretenimiento o para la industria cultural. Es crear ocio y crear cultura para nosotr@s. Su creación y su disfrute directo son los que emancipan, no su consumo prefabricado con significados impuestos.
  2. Menos trabajo y más placer.Resulta que el confinamiento nos está dando –aunque sea momentánea y ciertamente no para todos– una sensación de trabajar menos por un salario y de disfrutar otros aspectos de la vida que son comúnmente ignorados: el descanso, la cohabitación, la lectura, la convivencia, el cuidado personal. La búsqueda de esa sensación para todos y cada uno de nosotros es una consigna del decrecimiento. El decrecimiento es un proyecto incompleto si no consigue la repartición del trabajo y los beneficios del mismo. Su repartición pasa, necesariamente, por una colectivización del trabajo, las responsabilidades y los medios de producción, todo encaminado a que en conjunto trabajemos menos horas, por más ingreso y con más placer.
  3. Reducción del consumo.El aislamiento, el cierre de centros comerciales, restaurantes, bares y otros lugares de alto consumo, nos dan colectivamente una idea de que es posible vivir sin consumir desenfrenadamente. Por supuesto, la industria del home deliverycrecerá. Y habrá quienes insistan en acaparar bienes escasos en una abierta actitud de “sálvese quien pueda”. Pero, aun así, la imposibilidad de transitar las ciudades altamente llamativas al consumo reducirá los gastos que las personas hacemos cotidianamente: transporte, gasolina, materiales de trabajo, alimentos en medio de la jornada, entretenimiento. El decrecimiento plantea un consumo suficiente libre de productos industriales. Idealmente un autoconsumo, pero también una autoproducción de bienes y servicios en el seno de comunidades organizadas y personas libres. Habremos de suplir la falta de bienes con otras formas productivas fuera de los circuitos mercantiles, por más que esta producción y bienes sean diminutos.
  4. Subsistencia.Subsistir, se ha dicho, es lo que hacen los pobres del mundo, los campesinos, los pueblos indígenas. Un bajo consumo y un bajo ingreso son sinónimos del subdesarrollo, asociado, equivocadamente, con la subsistencia. Pero la vara de medida siempre han sido las formas de vida occidentales, ricas, blancas y modernas. La crisis sanitaria del presente nos está dando una idea que subsistir implica cubrir las propias necesidades sin transgredir los límites de los suficiente. Habrá quienes mantengan niveles de consumo exorbitantes, almacenando y acaparando en sus hogares lo poco disponible. Quienes creamos que es posible vivir bajo la consigna de la suficiencia, la subsistencia no es un sinónimo de pobreza, sino de compartición y justeza. Un proyecto de decrecimiento es incompleto si no elimina la pobreza (la falta de satisfactores) y la opulencia (exceso de satisfactores) para elevar la subsistencia (producir lo que se consume y consumir lo que se produce).
  5. Autonomía, convivialidad y redes de apoyo.El panorama se antoja desolador, pero la solidaridad es un hecho y una alternativa. El decrecimiento plantea no esperar que el Estado y las instituciones solucionen crisis que ellos mismos provocan mediante sus insuficientes servicios (p.e. en este caso el sanitario). El conocimiento de las causas y efectos del COVID-19 nos debe llevar a saber que el autoconfinamiento y la distancia física (no social) son las mejores formas rehuir al contagio. El Estado no podrá atendernos a tod@s, ni podremos solventar los costos tratamientos privados. Hagamos nuestros los conocimientos sobre el coronavirus y actuemos colectivamente en consecuencia, hagamos colectiva la ciencia y la tecnología. Ante la contingencia, que se reanimen las redes de apoyo y solidaridad, desde abajo, autónomas, irreverentes ante la incapacidad institucional de proveernos seguridad. No podemos construir hospitales, ni adquirir respiradores, pero sí acompañarnos en el proceso y compartir lo que tenemos para salir de la crisis, fomentar el cuidado compartido de las personas mayores o de quienes en su momento se contagien.
  6. Educación desescolarizada. La posibilidad de superar el conocimiento vertical y enlatado de las instituciones educativas existe en medio de la contingencia sanitaria. Los educadores tenemos la alternativa de cumplir con las exigencias institucionales y dejar espacio al aprendizaje autónomo de nuestros estudiantes. Fomentar la desescolarización libera a los docentes de las jornadas impagas de la industria educativa y abre espacio a los educandos para aprender sin muchas exigencias. Un re-centramiento de la responsabilidad en la enseñanza-aprendizaje, libre de la productividad de la currícula, de las evaluaciones punitivas y de las formas ceremoniales de enseñanza. Un espacio se abre también para la educación en casa, siempre y cuando las tareas de enseñanza se repartan entre los responsables, así como las otras formas de trabajo de cuidados en los hogares.
  7. El hogar como espacio de resistencia.Se antoja apocalíptico (¿no lo es?), pero el hogar es justo ahora el espacio más seguro frente al COVID-19; no así frente a la creciente violencia doméstica machista que experimentan y experimentarán las mujeres, niños, niñas y jóvenes. Es complejo el análisis del hogar en un país con altos índices de violencia en su interior; esta es una de las razones por las que un proyecto de decrecimiento no se puede vivir igual en Europa que en el América Latina. Aun así, vale la pena rescatar que el hogar puede reinventar/recuperar formas de producción autónomas, saberes vernáculos para la cotidianidad, donde se reutilicen materiales y objetos dispuestos a desecharse, para prolongar su vida útil, donde el valor del don y de la gratuidad imperen por encima de la lógica de la ganancia.
  8. Sobriedad y simplicidad voluntaria.Individualmente el coronavirus nos obliga a simplificar nuestra existencia en todos los sentidos. Es un momento para revaluar nuestros hábitos cotidianos, nuestras necesidades y formas de consumo. Construir una existencia frugal, resignificar el silencio de una vida simple acompañados (aunque sea a la distancia) de nuestras familias y amigos. El decrecimiento implica que, colectivamente, podamos repartir el trabajo y sus beneficios, incrementar la solidaridad y la autonomía, pero que individualmente nos propongamos voluntariamente hacer más con menos, dejar espacio a otros para existir en un mundo con recursos finitos. El COVID-19 provocará escasez y la sobriedad voluntaria es el antídoto contra la irracionalidad del acaparamiento de lo poco disponible, sea esto alimento, vestido o cubrebocas.

El decrecimiento es un paraguas, uno de tantos, bajo el cual se agrupan propuestas críticas al modelo de acumulación de capital vigente. Es también una buena idea –dice André Gorz– porque no es susceptible de traducción política para ningún gobierno. El coronavirus es una oportunidad para construir una crítica de ecología política desde el decrecimiento individual y colectivo.

Fuente: Alai América en Movimiento. https://www.alainet.org/es/articulo/205466

ALONSO MERINO LUBETZKY 
Escribo y trabajo desde la ecología política. Gestor intercultural con enfoque en ciencia, tecnología y sociedad por la UNAM. Estudiante de maestría en estudios del desarrollo. Educador universitario en la UNAM y en la Universidad de Guanajuato. Miembro de la Red de Decrecimiento y Organización Comunitaria (REDOC) Guanajuato.

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