Colombia
Esperanza Gómez-Hernández[1]
Situarse desde una perspectiva crítica para comprender los problemas sociales actuales es una tarea ardua, porque no surge simplemente de un tipo de pensamiento en desacuerdo con asuntos de la sociedad, la ciencia o lo que ocurre en lo social. La postura crítica nace de la propia existencia o de nuestras biografías en tránsito con la familia, la socialización y los entornos culturales, sociales comunitarios e institucionales en los que consciente o por azar de la vida hemos estado vinculados, vinculadas. Surge también de la formación universitaria, pues ésta posibilita otros niveles de reflexión sobre lo que acontece en el mundo, pero, además, permite realizar otras aproximaciones hacia los entornos cotidianos en los que el acaecer social, entendido como todo aquello que ocurre en la sociedad como resultado de las relaciones entre personas, grupos, comunidades, pueblos y colectivos, en la búsqueda por resolver sus propias necesidades humanas, como también en la intencionalidad de hacerse a un poder que permita decidir cómo ha de ser el vivir dentro de esa sociedad y qué ha de pasar con los vínculos entre humanos y con los ámbitos comunes vitales.
En síntesis, cualquier posicionamiento crítico contiene una filosofía de vida, es el resultado de la experiencia vital compartida con otros seres fundamentales también, que dan cuenta de diferencias, similitudes y diversidades en todos los sentidos. Quienes aprenden teorías, rápidamente cambian de parecer, quienes coleccionan teorías, desarrollan un pensamiento enciclopédico muy brillante a nivel intelectual, pero su actuar es profundamente escurridizo de responsabilidades y compromisos. El ejercicio profesional y la práctica docente e investigativa comprometidas generan oportunidades para deshacerse del dogmatismo, pues son momentos para exponerse desde el posicionamiento crítico y transitar por caminos llenos de incertidumbres sí, pero de grandes aprendizajes, quién no quiere beber de otras fuentes que le permitan ser más vital, cuando es la vida misma la que se compromete.
Trabajo Social Decolonial/Descolonial es una corriente crítica que viene posicionándose desde América Latina y El Caribe[2]. En ésta, se complementan pensamiento-acción-transformación y liberación, pues cuando se interroga por los fenómenos sociales del presente los cuestiona en su relación con la matriz histórica colonial cuyo poder continúa implícito en las formas y modelos de construir sociedad, realidad, sujetos y hasta en los caminos para proyectar el cambio social. Justamente, porque se asume que la región del Sur hace parte de otros Sures que en sus propios movimientos societales y en las reivindicaciones de sus diversidades, están presentes múltiples encuentros y desencuentros histórico-coloniales que en gran medida han sellado los encuentros interculturales, debido a las distintas racionalidades y formas múltiples, conflictivas muchas veces, para construir el diario vivir en los territorios.
Trabajo Social de(s)colonial sugiere hacer lecturas críticas situadas y fundamentalmente enraizadas en ese devenir histórico que se expresa en la actualidad de manera continua y circulante, llena de grandes dolores, sueños y esperanzas que no cesan a pesar de las dificultades y frente a las cuales tenemos el deber, como Trabajadores Sociales, de hacernos partícipes de esas luchas sociales que intentan y persisten en lograr otros buenos vivires. Apostar por ser Trabajadores Sociales situadas, situados, significa reconocerse dentro de una historia que ha transcurrido y deja huellas, pero así mismo, como parte de una historicidad, es decir, de circunstancias y relaciones que se vuelven significativas para nuestra propia vida en ese acontecer histórico (Girola, 2011)[3]. De igual manera, situarse es anclar el conocimiento en un contexto histórico particular y parcial del cual emerge y asumir que ningún saber es universalmente válido, aunque se precie de serlo, porque está restringido a las visiones de quien lo genera, además, se encuentra transversalizado por lógicas de poder que validan un tipo de conocimiento como objetivo, neutro, a la larga asumido como verdadero y por consiguiente, hegemónico, tal como lo planteara la feminista posmoderna Donna Haraway (1991)[4].
Situarse, es asumirse en compromiso con la corporalidad y la subjetividad, asumiendo la responsabilidad que implica la jerarquía racial y cultural establecida y los privilegios de clase y epistemológicos. Enraizarse es desprenderse del distanciamiento tan frecuente en la intervención profesional, como si lo que sucediese a ese otre(s) fuese su problema al cual ayudo a resolver sin que logre un compromiso profundo con su dolor, un dolor histórico de mayor magnitud que nos envuelve solidariamente con vivencias compartidas, así sean de distinta manera. Enraizarse es situarse y reconocerse en esos otros rostros y con esos otros seres, cuyas identidades son parte de mis propias identidades diversas que pugnan por vivir y sobrevivir en este mundo moderno/colonial, en el cual instauró sin más la prescindibilidad humana y la diferencia colonial o jerarquía imborrable, como algo naturalizado.
El posicionamiento crítico decolonial tiene su enraizamiento en las realidades sociales que vivimos dentro del sistema moderno capitalista y colonial en primera instancia, pero, a su vez, propone enraizarse con otras raíces que dan pistas sobre horizontes liberadores en segunda instancia. Por eso, Trabajo Social requiere enraizarse en estas luchas sociales con las cuales puede dialogar y asumir el conocimiento, la formación, la intervención y su propia historicidad desde el pluralismo crítico existente con el cual también puede entablar otras lecturas de la sociedad, al fin de cuentas una sola raíz no es suficiente para sostener el crecimiento y florecimiento de la vida.
LECTURAS DECOLONIALES DE LAS REALIDADES SOCIALES
Si nos preguntamos cómo se comprenden, interpretan y explican las realidades sociales actuales desde la prevalencia del sistema mundo capitalista-moderno-colonial, nos encontraremos con que en esta fase de capitalismo avanzado y en respuesta a la crisis financiera de 2008 caracterizada por la desaceleración y aceleración del crecimiento de la economía, se afianza mucho más la profundización del extractivismo y la innovación del mercado, cuestiones que van a la par del desarrollo tecnológico y científico, pero no basta el crecimiento económico para mejorar el bienestar (Cepal, 2019)[5] como tampoco el endurecimiento financiero (OCDE, 2019)[6]. Por su parte, las crisis de las democracias entre gobiernos de izquierda, centro y derecha, los neo golpismos, la transformación de los sistemas electorales y el fenómeno de la corrupción (Moreno Velador y Figueroa Ibarra, 2019)[7], se desatan en medio de amplios y diversos movimientos, cuya acción colectiva se desenvuelve entre reivindicaciones por el cubrimiento de necesidades básicas, seguridad social y la emergencia de reivindicaciones identitarias y culturales (Gómez Hernández, 2019)[8]. La crisis ambiental aumenta la pérdida progresiva de la biodiversidad, hábitats y elementos físicos básicos para la vida, como el agua, el aire, los suelos y, acrecienta los cambios en las variaciones de temperatura, las precipitaciones, entre otras manifestaciones de su ineludible existencia (Delgado, Espina y Sejenovich, 2013)[9]. En su conjunto, generan un panorama social en el que las personas continúan en pos del empleo como asunto vital para cubrir necesidades básicas en medio de la creciente desigualdad social. Los relacionamientos sociales ocurren por conservar y defender garantías existenciales, territoriales y de promoción y defensa de la organización social. La presencia de conflictos de diverso tipo, hacen imparable las migraciones en escenarios de sobreestimación frente a las posibilidades del contrato social entre estado-ciudadanos-mercado para superar la pobreza y todas las formas de exclusión vigentes. A nivel cultural, el conocimiento procedente de la academia se amplía con otros tópicos de reflexión que desafían la formación de profesionales pues, en Latinoamérica y el Caribe las diversidades son en este momento el mayor referente que atraviesa las luchas sociales. Éstas se diversifican también en torno a la cultura, los procesos de re-etinización, re-indianización y re-campesinización; pero también, a la revitalización de las formas entrecruzadas de identidad que transitan en los colectivos humanos para repensar el género, el feminismo, las mujeres, las masculinidades, la discapacidad, la familia, entre otras, como modos de ser, vivir, situarse y ampliar el prisma de lo humano para construir lo social y transformar la sociedad.
Todo lo anterior, ha generado retos para las ciencias sociales y, por ende, para Trabajo Social que se auto reflexiona tratando de ajustarse a los debates actuales. El pensamiento social circula desde diferentes tópicos, todos tratando de explicar, en medio de un movimiento crítico que tensiona la forma de generar conocimiento distanciado como si las realidades sociales proviniesen de faltas o retrasos en el desarrollo o de sujetos que se resisten a modernizarse. Poco se reflexiona que somos historias entrecruzadas y simultáneas que se resisten ante una modernidad, impuesta dentro de un orden social clasificatorio de desigualdad racial, que favorece a los grandes monopolios capitalistas, a los centros productores de conocimiento en el mundo, a las élites que trazan cada día el estilo de vida y los masifican con los grandes medios de comunicación en su poder.
Luego entonces, ¿qué significa abordar estas realidades sociales desde la prevalencia del Sistema mundial capitalista moderno colonial? La primera respuesta surge de lo más evidente y es el capitalismo, porque su despliegue global como sistema económico que aparece en el siglo XVII en Inglaterra posterior al feudalismo es el causante de los problemas y de los desarrollos en la región. Se trata de un sistema económico cuya base es la privatización de las riquezas y su transformación en mercancías para garantizar la acumulación; por eso requiere de un constante crecimiento económico, el libre mercado, la libre empresa y la competencia. A su vez, este sistema define las bases de la sociedad jurídica y política, explícitas en las relaciones sociales, caracterizadas por el dominio ideológico incesante de unas clases poseedoras burguesas sobre una clase desposeída del disfrute de los bienes, lo cual conduce a problemas sociales de difícil solución como no sea la expropiación de quienes la usufructúan y el control de las instituciones para darles el bienestar a quienes merecen justicia.
Esta versión europea del capitalismo es cuestionada por la crítica decolonial, pues se considera que el capitalismo logra su despliegue desde Europa, gracias a la conquista y colonización de América. La conexión entre el océano Atlántico y el Pacífico ocasiona una reconfiguración geográfica del mundo y con ello la ampliación de nuevas rutas comerciales (Mignolo, 2000)[10] para la península ibérica. La extracción de riquezas fue apenas una parte de todo lo que definió la colonización de América. La conquista y colonización permitieron la instauración de todo un patrón de poder colonial, caracterizado no sólo por el control de la naturaleza y sus recursos sino por el control de los cuerpos, la subjetividad, la sexualidad y el trabajo. Pero su sostenimiento no solamente fue violento, sino que se apoyó en la instauración de instituciones como la familia, la religión, la educación, el gobierno, la producción de conocimiento y, principalmente, la implantación de una estructura racial (Quijano, 2000)[11] que desde su inicio implanta la desigualdad por casta (Blanca, criolla, mestiza, indígena, negra, etc.) pero luego ha seguido con la condición de clase y la jerarquización de pueblos y naciones completos.
Colonialismo y capitalismo van a la par y este patrón de poder creado se reproduce en África, Asia y continúa a través de la creación de relaciones conflictivas, guerreristas y marcadas por la diplomacia del cañón (Burgos de la Ossa y Lozada Pimiento, 2009)[12]. Este patrón de poder colonial se expande por el mundo para garantizar su propia existencia. De allí deriva que la división internacional del trabajo, para las excolonias, continúe afincada en la explotación de la naturaleza como base extractiva de riquezas, con niveles inciertos de transformación tecnológica, desequilibrios en los subsidios y medidas de protección, etc.
El capitalismo hace parte del modo de vida moderno, pero generalmente se asume como separado. La modernidad es conocida como proceso social acaecido en Europa que surgió a partir del Renacimiento (siglos xv y xvi), dentro de un período que rompió con la Edad Media, dando paso progresivamente a los valores seculares del humanismo hacia el antropocéntrico en ruptura con el teocentrismo. Recordemos que la modernidad retoma los valores de la época antigua grecolatina, para dar lugar a la razón como base para las artes, la ciencia y el control de la naturaleza. Si la pudiésemos sintetizar, diríamos que la modernidad es conocida por el valor del pensamiento autónomo, la creación de la individualidad, la separación de la iglesia y del poder del Estado, lo nacional como dominio territorial y limítrofe, el materialismo, la propiedad privada, la cúspide de la burguesía y la intelectualidad ilustrada. La modernidad continúa siendo debatida en el siglo XXI con la posmodernidad como crítica al fracaso de emancipación humana, de los meta-relatos del progreso de la ciencia, la tecnología, el desarrollo y la razón como único medio para vivir en el mundo civilizadamente.
Al respecto, la crítica decolonial considera que, si el capitalismo tiene una base anterior histórica, la versión etnocéntrica europea de la modernidad también, pues ésta se constituyó dejando por fuera su base referencial que fue la conquista de América porque esta alteridad establecida le dio su poderío civilizatorio colonial. Los europeos tuvieron la posibilidad de generarse una autoconciencia (Pachón Soto, 2012)[13] desde la cual, se asumieron como creadores de la historia universal, con la invisibilización de cualquier pasado histórico en las colonias, confinándolas a prehistoria, por eso destruían a su paso cualquier vestigio. Pero, además, supuso asumirlo como Mundo Nuevo por conquistar y hacerse a una versión de superioridad racial y civilizatoria que aún continúa. No hay ni hubo tal Mundo Nuevo, estos territorios eran y son milenarios también. Mediante la doble colonización (espacio-tiempo) pudo ser posible asumir la diversidad como lo no-europeo y construirlo como objeto de constante descubrimiento, conquista, explotación sin límites sobre la imposición de una inventada cultura occidental (Mignolo, 2001)[14]. La Europa medieval logró su emancipación a costa del saqueo cultural y de la extinción de muchos pueblos originarios, su evangelización y luego mediante la creación de una autoconciencia del colonizado como bárbaro, salvaje, atrasado y subdesarrollado que continúa con la colonialidad de sus saberes, la naturaleza como objeto y la ética del modelo civilizatorio a seguir. Esta versión eurocéntrica con su núcleo emancipador hacia adentro, se proyecta hacia afuera como razón colonial para imponerse desde múltiples formas sutiles y violentas, contando con el apoyo de élites en su momento indígenas, luego criollas y mestizas, constituyéndose así una conjunción inseparable entre la modernidad-capitalismo y colonialidad al ser un proyecto expansivo (Dussel, 2000)[15].
Se trata de un vínculo intrínseco de modernidad-colonialidad donde Latinoamérica y el Caribe transitan al ritmo de las hegemonías monárquicas, primero de España y Portugal luego Francia, Holanda, Inglaterra y los Países Bajos con su poder expansivo colonial el cual continúa a través de los estados-nación. Un poder que hace suyo Estados Unidos tras independizarse en 1783 en un momento crítico de posguerra en Europa y que le permite afianzar el capitalismo, la modernidad y las lógicas coloniales que le caracterizan. Así surge esta versión norte-eurocéntrica de la modernidad en su carácter colonial, la cual, conlleva a que sus devenires históricos revolucionarios a nivel político, económico, científico, social y cultural sean los referentes para la Invención de América, de la Idea de América Latina (lo ontológico) y que su acontecer influencie de manera radical los aconteceres latinoamericanos y caribeños, aún y con sus múltiples matices a través de las prácticas modernizantes (Gadea, 2008)[16].
Latinoamérica y el Caribe continúan siendo introducidas en la modernidad y su versión provincial y eurocéntrica con lo cual se niegan las posibilidades de subjetividad, humanidad, cambio social y transformación en el mundo que no dependa de este horizonte exclusivamente. Por lo mismo, las realidades sociales actuales son el resultado de prevalecer un sistema mundial interconectado a través del capitalismo que conecta a su vez con la modernidad (aún con sus crisis) en calidad de proyecto civilizatorio legitimado en su colonialidad mediante promesas éticas de salvación (conversión cristiana, progreso, democracia y desarrollo), aunque cambien los colonizadores “la primera es la cara ibérica y católica, con España y Portugal a la cabeza (1500-1750, aproximadamente); la segunda es la cara del “corazón de Europa” (Hegel), encabezada por Inglaterra, Francia y Alemania (1750-1945) y, por último, está la cara estadounidense liderada por Estados Unidos (1945-2000) (Mignolo, 2001: p. 43) la colonialidad sigue en el nexo entre capitalismo-modernidad y colonialidad bajo un orden mundial dinamizado por las instituciones sociales que le sostienen y las nominaciones excluyentes que van desde bárbaros, salvajes, subdesarrollados, pobres, hasta terroristas a fin de mantener el control de los territorios y de quienes le habitan.
HORIZONTES CRÍTICOS DESCOLONIALES
La Decolonialidad significa un actuar, un posicionamiento crítico ante el mundo en que vivimos. Comienza por identificar las herencias, desde las que nos hemos constituido como seres humanos y como sociedad. Implica, por lo tanto, una acción autocrítica frente a nuestras propias visiones del ser humano y su realización, de la vida en comunidad, del vivir en territorios compartidos y del tipo de poder que se requiere para constituir las bases sociales, políticas, económicas y culturales en las que quisiéramos lograr buenos vivires.
Los horizontes decoloniales no se logran con la descolonización. No es suficiente la expulsión física de quienes colonizan, de hecho, ya no es una práctica admitida, por lo menos las Naciones Unidas desde 1946 viene emitiendo resoluciones al respecto, aunque todavía exista la vergüenza de la colonial. Ahora son los colonizadores internos que siguen permitiendo la apropiación de los territorios. No se trata sólo de élites burguesas con poderío empresarial, son también intelectuales, organizaciones y líderes que consideran como única vía posible modernizarse, pues consideran que los problemas sociales se resuelven de ese modo, siendo emprendedores. Poco se cuestiona críticamente las herencias coloniales que instauradas en la subjetividad y en su reproducción sin fin, pero se constatan los empobrecimientos que día a día, reafirman la máxima de que el asunto se debe más bien a la necesidad de superarse para salir adelante. La expansión colonial de la modernidad es cada día causante de la muerte de lenguas, pueblos, daño y destrucción de las selvas en el mundo y es reproductora de una diversidad anclada en la misma clasificación colonial. Ante lo cual, la crítica de nuestras herencias coloniales reproductoras del sistema injusto, permiten advertir sobre la diversidad y biodiversidad que nos constituye desde nuestra propia heterogeneidad histórica estructural como seres y sociedades ancestrales, milenarias, permeadas por distintos intercambios culturales, pero con derecho a tener raíces también.
Los horizontes descoloniales están en quienes desde hace décadas y siglos adelantan procesos organizativos, comunitarios, sectoriales, a nivel local y mundial resistiendo el embate de una sola opción de vida modernizante individualizada y desenraizada. También están en los diálogos desde propuestas críticas en el mundo, porque acercan a otros sentidos de vida y otros aprendizajes negados hasta ahora. Se trata de esa Europa que no hace parte del meta relato porque fue también subyugada en su interior, esa África desmembrada, aquella Asia escondida tras los imperios y nuestra América que lucha por salirse de lo inventado por otros, es decir, aboga por superar el universalismo hacia el pluriversalismo y superar el mito de la torre de Babel, solamente así podrá haber diálogo intercultural[17].
Basta por asumir la relevancia que tienen propuestas de alternativas económicas al capitalismo cuyo horizonte está cifrado en los Buenos Vivires[18] que resisten al capitalismo, pero más que nada, constituyen formas de re-existencia porque descentran lo económico y establecen como base la vida social con otros relacionamientos, intercambios y formas otras de satisfacer la vida humana en restitución de los vínculos con la tierra y el equilibrio cósmico.
Por otra parte, ante la ruptura histórica creada con la conquista y colonización, se propone descentrar la historia construida desde Europa, su versión provincial extendida, como lo menciona Enrique Dussel (1992)[19], y su desarrollo lineal. Más bien, es dar cuenta de la simultaneidad histórica y sus acontecimientos en la vida en los territorios americanos. Son otros mapas geográficos, poblacionales, culturales en los que existen también un continuum temporal para superar el confinamiento espacio-temporal en el que fueron sometidos los pueblos originarios como prehistóricos, prehispánicos, precolombinos, etc. Esto nos permite saber que el pasado, el presente y el futuro son simultáneos en el vivir de muchos pueblos en los territorios y son fuente de aprendizaje continuo para construir el vivir social.
Acorde a lo anterior, también se abre un campo importante de posibilidades para las diversidades sociales, su interculturalización y descolonialidad, puesto que, a través de los siglos, se han ido reconfigurando con la biodiversidad del planeta, de los cambios en los colectivos humanos y con las transiciones societales. Esto permite hacer visible la diversidad más allá de la diferencia colonial (indígena, negro, criollo, blanco, mestizo), es decir, des-colonizarla, des-etnizarla, ampliarla a las disidencias sexuales, de género, personas con necesidades especiales, migrantes, campesinados, sectores populares, entre otras, y sacarla de ese confinamiento a lo estático como bloque cultural e interculturalizarla a su interior y exterior para que se pueda dialogar, puesto que aviva las posibilidades de construir sociedad, territorio y cultura. A partir de la crítica cultural se pueden revisar los valores culturales y las cuestiones persistentes como el racismo, el patriarcalismo, el etnocentrismo, las asimetrías, los prejuicios, etc., como también dar cuenta de los cambios que suceden en las transiciones de los colectivos humanos a través del tiempo.
En estos caminos es pertinentes decolonizar las lógicas y prácticas que subyacen en las habilidades para generar conocimiento, tanto como la jerarquía de éste. Se abren oportunidades para el pluralismo epistémico, los saberes en diálogo, la educación intercultural y las pedagogías decoloniales[20] que, en definitiva, proponen rupturas frente al privilegio academicista y pueden ayudarnos a resolver problemas que acucian a la humanidad, como la contaminación, el exceso de desperdicios, la sequía, las hambrunas. Pero también es una oportunidad para revitalizar el saber en su sentido político y espiritual, reducido a visiones religiosas doctrinarias y no a conexiones diferentes con el mundo material, subjetivo y espiritual.
En síntesis, pensar y accionar decolonialmente es conectar con las raíces de los procesos sociales que vienen andando en todos los ámbitos de la vida y desde los cuales pueden emerger sentidos de vida otros, que pueden existir formas de conocer y aprender otras, pedagogías y educaciones otras, formas de gobierno y autoridad otros, de sociedad y de justicia sin el peso de un único camino para todos. Son fuente de aprendizaje para la academia también.
TRABAJO SOCIAL ENRAIZADO DECOLONIAL E INTERCULTURALMENTE
Si las prácticas del colonialismo han estado presentes en la historia de la humanidad, no quiere decir que debemos naturalizarlas. Las prácticas coloniales continúan presentes en el mundo, particularmente en Latinoamérica y el Caribe no se bastan con el poder militar, económico y político, sino que se reproducen con el colonialismo interno (González Casanova, 2006) o también, como lo plantease el maestro Orlando Fals Borda (1968), con el colonialismo intelectual y Rodolfo Stavenhagen (1977) y su crítica a la sociedad dual[21]. Pero en común es lo que se hace en y para el beneplácito norte-eurocéntrico de élites locales y muchas veces sectores sociales que se asumen en subalternidad e inferiorización frente a países y modos de vida a los que consideran superiores. El mantenimiento en la colonialidad de los seres humanos, la naturaleza, los saberes y las estructuras políticas, económicas, educativas y culturales, reposa en gran medida en la prevalencia de este colonialismo interno.
En Latinoamérica y el Caribe, Trabajo Social se instituyó históricamente como profesión de las ciencias sociales desde la misma lógica eurocéntrica de la modernidad. Quiere decir esto que, al referir la historia de su fundación se reconoce con base en su institucionalización a través de escuelas cuyos fundadores provenían de formación europea y norteamericana, lo cual tiene su importancia para la necesidad de la época, pero a su vez, todo lo existente como formas de apoyo y ayuda mutua fueron signadas a formas prehistóricas de intervención, marcadas como de filantropía. Si bien valoramos la rigurosidad que con el tiempo ha ido alcanzando en cuanto a la tecnificación y cientificidad, también es cierto que corre el riesgo de ir posicionando una cierta soberbia cientificista que reproduce un estatus de superioridad no solo profesional sino civilizatoria ante las poblaciones con las que se trabaja. Ahora bien, como históricamente las cuestiones de vocación y filantropía quedaron signadas como acciones de damas de élite o cuestiones de caridad, quizá también quedaron perdidas e invisibilizadas acciones colectivas y cotidianas relevantes en las comunidades para la ayuda mutua sin intervención institucional (Torres Díaz, 1987)[22].
Sin deslegitimar el carácter progresista que las fundadoras de Trabajo Social pudiesen haber tenido en sus contextos de origen, se heredaron las visiones coloniales de la época tanto en la explicación social como en la intervención[23]. Nuestros legados teóricos, metodológicos y éticos han marchado en concordancia con los del mundo moderno europeo y norteamericano, no del que visualizamos que nos oprime sino del que nos emancipa. De estas herencias deriva que coincidamos en que la promoción de las personas vaya en la misma vía al momento de resolver las necesidades y los problemas sociales. Calidad de vida, bienestar y desarrollo fueron instauradas acríticamente, alineadas dentro de la perspectiva de progreso como futuro, ni siquiera como presente, sino como algo para alcanzar, bajo el principio de olvidar el pasado o retomarlo como errores anteriores de los cuales se debe aprender, pero siempre hacia adelante frente a un futuro próspero del cual da cuenta la ciencia y la tecnología, pero no necesariamente la sociedad en su conjunto.
Afortunadamente existe una profesión-disciplina, pero no necesariamente hay un solo Trabajo Social Latinoamericano y caribeño, porque a lo largo del tiempo toma cuerpo y presencia en las luchas críticas epistémicas, sociales, políticas, culturales y éticas que, ha desafiado la identidad colonizada de nuestra profesión-disciplina, dando lugar a discusiones como la subjetividad y la intersubjetividad. Valoramos profundamente el Trabajo Social, precisamente por ese compartir cotidiano con los sectores sociales empobrecidos, organizaciones, comunidades y pueblos que luchan por mantener sus bases ancestrales, también con jóvenes, familias, grupos de diferentes edades, personas en situación de migrante, con necesidades especiales, mujeres, hombres, que expresan feminismos y masculinidades diversas. Además, seguimos intentando resolver sus problemas juntamente con las instituciones y las militancias o desde la condición social compartida. Esa intimidad compartida en los distintos campos de actuación del Trabajo Social es la que nos hace supremamente responsables por la intervención que realizamos (Vélez Restrepo, 2003)[24].
Trabajo Social Decolonial es un posicionamiento crítico que cuestiona las bases disciplinares de las ciencias sociales entre las cuales se encuentra Trabajo Social. Advierte del predominio norte-eurocéntrico en las comprensiones, interpretaciones y explicaciones de las realidades sociales, ante lo cual, los conocimientos que emergen desde América Latina y el Caribe, África y Asia son invisibilizados o ubicados como estudios de área, locales, especiales, más nunca, universales. Cuestiona el monismo metodológico (científico) como única fórmula para generar conocimiento, porque invisibilizan y reduce los caminos del conocimiento empleados por pueblos originarios, africanos y otros, cuya creación se hace en escenarios no institucionalizados. Resta posibilidades de conocimientos conjuntos y pertinentes para los problemas de relevancia. Crea falsas jerarquías entre saber y conocimiento y favorece dependencias de saberes especializados con el riego del capitalismo cognitivo.
Trabajo Social Decolonial reconoce la importancia de los métodos caso, grupo y comunidad por considerárseles clásicos dentro de la configuración profesional y disciplinar lo cual, les hace siempre necesarios de estudio y sujetos a interrogación permanente, pero así mismo, cuestiona el conservadurismo metódico que sitúa cualquier otra propuesta como transitoria, tal como ocurrió en su momento con el método integrado, básico, único y puede ocurrir con las metodologías interculturales. Abrir las metodologías es una necesidad para superar las brechas entre teoría y práctica. Permite además contextualizarlas, crear nuevas y aprender de otras pedagogías y formas de acción colectiva vigentes en las prácticas sociales, más aún, es necesario incorporarlas en la formación profesional.
Cuestiona la ética humanística occidental cuyo carácter universalista basada en el antropocentrismo, el lenguaje racionalizado, la escritura alfabética, la pedagogía basada sobre valores exclusivamente modernos. El dominio del espíritu como reducción a naturaleza humana, cuando no reducida a una sola doctrina religiosa el catolicismo, lo cual conlleva, a la sobredimensión del poder humano sobre la tierra causando daños irreparables a la vida, se demerita otro tipo de oralidades, grafías, sistemas de aprendizaje y socialización, concepciones distintas de espiritualidad y valores o cosmovisiones diferentes para hacer la vida social. Principalmente porque estas posturas han validado la clasificación de quien es más o menos humano, más y menos civilizado.
En términos propositivos, Trabajo Social Decolonial sugiere respetar el pluralismo crítico en el abordaje de lo social, puesto que las realidades sociales y sus problemas, obedecen a cuestiones de clase, pero también de raza y género desde las cuales se afianza el empobrecimiento, el desarraigo y la desigualdad social, tal como lo vienen manifestando colegas de Trabajo Social[25]. Desde esta corriente crítica se promueve la diversidad social con sus propias dinámicas identitarias y culturales como punto de partida para comprender la interculturalidad como proceso de relacionamiento conflictivo entre quienes comparten y se disputan los territorios para vivir. Se trata de una interculturalidad que siendo inevitable debe ser cuestionada en los valores hegemónicos y asépticos que se promueven y en todas aquellas prácticas que intentan mantener privilegios por encima o a costa del encubrimiento y la negación o extinción del otro diferente. Por eso aboga por una relación intrínseca entre Interculturalidad y decolonialidad pues permite preguntarse por el proyecto común de territorio y sociedad que nos une. Propone incorporar la interculturalidad crítica y Decolonial en forma transversal en los campos de actuación o de intervención de Trabajo Social. Precisamente, porque las personas con las que trabajamos tienen su historia cultural, su vida es mucho más que el problema que sufren y, por lo tanto, es posible el diálogo intercultural para la construcción de propuestas comunes, como potenciadores de horizontes y sentido de vida. No se trata de no resolver los problemas sino de darles otra dimensión. Incorporar otras pedagogías del saber o pedagogías decoloniales que hacen parte de la vida de personas, comunidades, colectivos en calidad de memoria cultural para la regeneración cultural también[26].
El Trabajo Social Decolonial asume la pluralidad de vías de humanización que al igual que las nuestras, surgen de un compartir rasgos biológicos comunes, pero no definitivos para asumir nuestros horizontes de ser humano en el mundo. Por lo tanto, es necesario aceptar que existen éticas en plural, éticas en plural no relativistas ni eclécticas sino como regulaciones entre nuestro ser y hacer que, no provienen de una sola fuente de valores, sino que son una oportunidad para cuestionar el mundo desde otros lugares a los acostumbrados.
Los acuerdos entonces surgen de los ámbitos comunes, territoriales y planetarios en los que nos une la oportunidad para conversar de las responsabilidades que nos asiste como humanos en momentos de crisis civilizatoria como la que vivimos. Cuida la vida, cuidar nuestra propia vida diversa, cuidar los seres vivos y respetar todas las interconexiones que subjetiva e intersubjetivamente ocurren en planos materiales, espirituales y de otra índole es una urgencia.
Finalmente, es necesario que estas reflexiones atraviesen nuestros currículos y programas de Trabajo Social e incorporen otras teorías que nos permitan estar en diálogo con otras civilizaciones. Si el capitalismo está interconectado debemos interconectarnos con otras luchas sociales en el mundo. Los planes o programas de estudio deben dar cabida a las teorías sociales del sujeto, las diversidades, los géneros, los feminismos, la interculturalidad, la poscolonialidad y la decolonialidad, entre otras. Hay que abrir posibilidades de prácticas, pasantías, investigaciones y generación de conocimiento para aportar la formación crítica en Trabajo Social Intercultural y Decolonial. Más que nada es hacer de nuestros lugares habituales de formación, oportunidades para crear otras pedagogías de educación intercultural, descolonizadas y en conexión con nuestros contextos y con el mundo.
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[1] Trabajadora Social. Profesora de la Universidad de Antioquia, Grupo de Investigación en Estudios Interculturales y Decoloniales. Correo: rubby.gomez@udea.edu.co/
Este escrito surge de una reflexión compartida con colegas de la Universidad de Guanajuato en el Séptimo Coloquio de Trabajo Social en el escenario latinoamericano: una propuesta por la intervención social critica, cultural y decolonial, realizado entre los días 16 al 18 de octubre de 2019.
[2] Me referiré a (de) y (des) como forma de juntar las maneras de nombrar el posicionarse como opción para desprenderse de la colonialidad. (de) No es un anglicismo, sino que es usual confundirse con la descolonización que consiste en los propósitos independentistas que dieron lugar a la expulsión de colonizadores en territorios americanos. Son rupturas lingüísticas a las que se acude como crítica a la colonialidad del lenguaje, empleada por muchos colectivos, pueblos y comunidades en la región.
[4] Haraway, Donna J. (1991). Ciencia, ciborg y mujeres. La reivindicación de la naturaleza. Madrid, España: Ediciones Cátedra. Disponible en: https://kolectivoporoto.cl/wp-content/uploads/2015/11/Haraway-Donna-ciencia-cyborgs-y-mujeres.pdf
[6] OCDE (2019). Perspectivas económicas de América Latina 2019. Desarrollo en transición. Paris, Francia. Disponible en https://doi.org/10.1787/g2g9ff1a-es
[10] Mignolo, Walter D. (2000). La colonialidad a lo largo y a lo ancho: el hemisferio occidental en el horizonte colonial de la modernidad. En: Lander, E. (Comp.). La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas (pp.34-52).
http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/clacso/sur-sur/20100708044529/5_mignolo.pdf
[11] Quijano, Aníbal (2000). Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina En: Lander, E. (Comp.). La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas (pp. 201-246). Argentina: Unesco.
[13] Pachón Soto, Damián (2012). Historiografía, eurocentrismo y universalidad. En Enrique Dussel. Revista ideas y valores (lxi) 148: pp. 37-58.
[14] Mignolo, Walter (2001). La colonialidad: la cara oculta de la modernidad (pp. 39-49) Disponible en: http://www.macba.cat/PDFs/walter_mignolo_modernologies_cas.pdf
[15] Dussel, Enrique (2000). Europa, modernidad y eurocentrismo. En: Lander, E. (Comp.). La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas (pp. 24-33), Argentina: CLACSO.
[16] Gadea, Carlos A. (2008). La Dinámica de la Modernidad en América Latina: Sociabilidades e institucionalización. Revista Austral de Ciencias Sociales, 13: pp. 55-68.
[17] Para ampliar esta información se puede consultar la obra de Raúl Fornet Betancur.
[18] Consultar la obra del Grupo Permanente de Trabajo Sobre Alternativas al Desarrollo. http://www.rosalux.org.mx/docs/Mas_alla_del_desarrollo.pdf
También la obra de Boris Marañón (2014) Buen vivir y descolonialidad: crítica al desarrollo y la racionalidad instrumentales. Instituto de Investigaciones Económicas-UNAM, México.
[19] Dussel, Enrique. (1992). 1492. El encubrimiento del otro. Hacia el origen del mito de la modernidad. Madrid: Nueva Utopía.
[20] Ver la obra de Catherine Walsh particularmente (2013). Pedagogías decoloniales: Prácticas insurgentes de resistir, (re)existir y (re)vivir, tomo I (2017) y de la misma autora Pedagogías decoloniales: Prácticas insurgentes de resistir, (re)existir y (re)vivir, tomo II. Quito, Ecuador: Ediciones Abya Yala.
[21] González Casanova, Pablo (2006). El colonialismo interno. Buenos Aires: CLACSO. Disponible en: http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20130909101259/colonia.pdf
Orlando Fals Borda (1968). Ciencias propias y colonialismo intelectual. Revista anuario de Sociología de los pueblos Ibéricos. No. 4, 47-70. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/servlet/revista?codigo=19282
Rodolfo Stavenhagen (1977). Clases, colonialismo y aculturación. Ensayo sobre un sistema de relaciones interétnicas en Mesoamérica. Ciudad de Guatemala: Ministerio de Educación.
[22] Torres Díaz, Jorge (1987). Historia del trabajo social. Buenos Aires, Argentina: Grupo editorial Lumen.
[23] Consultar la obra de Bibiana Travi sus aportes en este sentido contextualizan y sitúan las fundadoras del Trabajo Social, pero a su vez, abre paso a las posibilidades de la historia para el Trabajo Social latinoamericano.
[24] Vélez Restrepo, Olga Lucía (2003). Reconfigurando el trabajo social. Buenos Aires, Argentina: Espacio editorial.
[25] Textos de Trabajo Social como el de Paula Meschini y María Eugenia Hermida (2017) compiladores del libro Trabajo Social y Descolonialidad. Argentina: editorial EUDEM. Y de las colegas Sandra Macinas, María Zúñiga, Concepción Arroyo, Manuel Rodríguez y Blanca Tamez (2017). Teorías y modelos de intervención en Trabajo Social. Fundamentos básicos y crítica. México: RES PUBLICA.
[26] En México hay experiencias muy interesantes en la Universidad de la Tierra sobre regeneración cultural. También lo que se plantea con la convivialidad y la comunalidad.
DRA. ESPERANZA GÓMEZ-HERNÁNDEZ
Trabajadora Social, profesora titular del departamento de Trabajo Social de la Universidad de Antioquia. Doctora en Estudios Interculturales. Temas de trabajo e investigación relacionados con la planeación participativa, el desarrollo, la diversidad social y la interculturalidad. Vinculada en el Grupo de investigación en Estudios Interculturales y decoloniales.