La racionalidad autodestructiva: constataciones en el contexto del Covid 19

Perú

Jorge García Escobar
Setiembre, 2020

Introducción

Es sorprendente como la presencia inesperada de una pandemia pone en crisis el sistema de protección social de un país, hace añicos la respuesta sanitaria y termina sometiendo a los Estados garantes de los derechos humanos de las poblaciones nacionales. Históricamente la senda de desarrollo capitalista seguida ha supuesto colocar en un orden de prioridades secundarias y hasta terciarias a las políticas sociales y dentro de ellas a las de salud, lo que ha devenido en que tanto: naciones potencias mundiales como países periféricos tengan una terrible afectación y ampliación de morbimortalidad debido a este nuevo coronavirus. Con el presente trabajo buscamos clarificar la relación existente entre racionalidad del modelo neoliberal y la terrible estela de daño social causada por la devastadora ocurrencia del COVID 19. Consideramos que los factores sociales, económicos, culturales y políticos sirven de facilitador o limitante para las diversas dimensiones de efectos de males masivos a la salud como en este caso y este contexto especifico que nos ha tocado vivir.

La senda destructiva

A finales del siglo XX Hinkelammert (2017) esgrimía una interesante metáfora según la cual el asesinato es suicidio. Este juego de palabras era planteado en razón a que el modelo capitalista hoy renombrado como neoliberal había asegurado su éxito económico y reproducción sobre la base de la destrucción de la naturaleza, la pauperización y explotación de las masas de humildes trabajadores. Para este autor, todo tipo de daño y peor aún, pérdida de cualquier forma de vida en la naturaleza condenaba al mismo tiempo a la catástrofe a la especie humana debido al orden y equilibrio ecológico, que es antes que nada un orden de vida del cual es parte el homo sapiens.

De este modo, la prevalencia, éxito y devenir del capitalismo se ha hecho sobre la depredación de la naturaleza. Ejemplos claros de ello, son los casos de la contaminación ambiental que con la proliferación de emisiones de CO2 producidos por las fábricas o la locomoción pone en riesgo de múltiples morbilidades a las poblaciones en diversas partes del mundo. También se puede tener en cuenta el daño a la capa de ozono por múltiples contaminantes generados por la industria y que amplía la potencial estela de afectación de diversos cánceres a la piel en las personas.

El modelo de desarrollo encaminado destruye, empezando por el deterioro ecológico y continuando con la pauperización de las condiciones de vida de las personas que expone a los más humildes a condiciones miserables de vida. Pone en riesgo permanente a vastas poblaciones, lo que genera el caldo de cultivo en el cual emerge un alto nivel de riesgo social y vulnerabilidad social. Asunto por demás contradictorio, más si tenemos en consideración que los Estados nación tienen el imperativo legal y moral de asegurar el cumplimiento de los derechos humanos y el bienestar de toda su población[1].

La contradicción expuesta del Estado moderno y jugado a la derecha que debe de asegurar el desarrollo social integral de treinta y tres millones para el caso peruano pero que sigue a pie juntillas las recetas del modelo capitalista en su versión neoliberal a sabiendas que esto profundiza la exclusión y desigualdad apenas medible con la pobreza de aproximadamente siete millones y medio de connacionales y que además ruptura el equilibrio de la naturaleza es un salto al vacío, una broma de mal gusto, un punto sin retorno y una vía sin sentido. La búsqueda del desarrollo en estas coordenadas emerge como una mentira, falacia y el engaño político más grande el mundo y la historia.

Ante estas constataciones surgen un par de necesarias preguntas: ¿Por qué el Estado capitalista es tan ciego respecto a la importancia del bienestar social para todo ser humano?, ¿Por qué es tan obtuso en su imparable y único ánimo de acumulación económica? Y el tratar de resolverlas nos lleva necesariamente a revisar la lógica misma del modelo capitalista.

Para Sennet (2007) esta racionalidad está representada en la famosa idea de Schumpeter sobre la destrucción creadora del capitalismo, que nos permite avizorar tantos avances y logros monetarios y modernizantes, pero al mismo tiempo destruye, aplasta naturaleza y vidas humanas. Por ello seguimos una senda que deslumbra y al mismo tiempo empobrece, que crea magnifico y esencial Tecnos y que mata ecología y personas. Esta medicina socioeconómica que no alivia a todos y todas en el cotidiano y que encima contraviene lo fundamental que es la vida en el mediano y largo plazo, nos asegura una prospectiva pésima y ha venido dándonos avisos con penosos aprietos sistémicos y secuenciales: crisis económicas, guerras mundiales, invasiones, imposiciones y pauperización de naciones periféricas. Evidencias por demás claras de los límites y falencias del sistema capitalista.

Esta misma matriz explicativa se reconoce en Castells (2012) quien desde el presente de globalización y mundo digital visiona las tendencias destructivas del capitalismo que nos propone un mercado sin restricciones con primacía de la cultura del yo que deviene indefectiblemente en la génesis de la desigualdad social y la explotación descarnada.

La racionalidad que enhebra y mueve el modelo capitalista es el de cálculo de utilidad, instrumental o de costo – beneficio y que tiene su ethos como bien refiere Hirschman (1978) en el interés humano permanente e insaciable de acumulación de capital a toda costa y la perversión de los vínculos humanos que hoy más que antes implican la determinación del beneficio que se le puede sacar a cada lapso de relación de las personas en su día a día. Este autor nos propone una exhaustiva revisión con rastreo desde la edad media y que permite hallar como el deseo de dinero se logra imponer como respuesta compensatoria y controladora de las máximas del gobierno interior de las personas, y que como bien señala Martínez Alier (2000) termina imponiéndose como la lógica de interacción a todo nivel y tipo de relación entre personas y organizaciones en el tiempo moderno.

Los previos a la pandemia

Los imprevistos llegan, los escenarios de riesgo actúan, las eventualidades son posibles y tarde o temprano reales, ello en la medida que vivimos en contextos sociales móviles, variables, dinámicos, en donde la emergencia de una desgracia hecha pandemia es potencial. Un hecho no esperado de grave afectación social es posible y su impacto puede ser mayor en la medida que las acciones de contingencia dictadas desde los Estados no son consistentes.

Estar preparado para actuar de manera óptima y resolutiva es una necesidad y urgencia para los Estados. Por el contrario, no resolver ni anticipar, es vivir el presente con pleno y ciego optimismo, alucinando que todo lo que va a pasar siempre será bueno para las personas. Lejos de la invidencia, la historia de los individuos y de las sociedades nos dice que no es así de simple, que equilibrio y desorden son partes de una misma diada en constante movimiento y redefinición. Resolviendo solo cosas de momento, pendientes del ahora, proyectando incesantemente ideas de acumulación, sin tomar en cuenta la eventualidad de hechos fortuitos que puedan significar la afectación de la calidad de vida y más aún la morbimortalidad de amplios sectores sociales, es pensar y actuar de manera negligente, es movernos en arenas movedizas y esta potencialidad de sucesos lamentables hechos realidad es hoy en día una realidad con la aparición y afectación de la pandemia del COVIT 19.

Este mal nos enrostra una vez más la limitación de la senda de desarrollo seguida, aquella de acumular sin reservar, crecer económicamente sin ponerle vista y foco a las necesidades sociales. En el caso peruano esto es especialmente sintomático, nadie niega que estamos mejor en términos de modernización tras tres décadas de sostenido crecimiento económico, pero al mismo tiempo se reconoce el lamentable abandono de la inversión estatal en los políticas y servicios sociales. Las afirmaciones del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) respecto a que el Estado peruano utiliza el 3.7% del PBI nacional en el sostenimiento de las políticas y programas de educación o las de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) que nos ilustra en relación a que la salud publica peruana irroga el 2.4% del PBI, nos demuestra el desinterés y ausencia de prioridad política existente para con la mejora social sostenida en el Perú. Hoy, estas ausencias de intención y recursos golpean el ánimo individual y colectivo pues han supuesto condenar al abandono áreas sociales tan importantes para el deseado desarrollo social como la salud y educación.

Hemos sido presos de la lógica inconexa del funámbulo que se equilibra en una cuerda varios metros sobre el suelo, pero sin malla de protección. Hoy todo esto resuena en la medida que vamos camino y a paso sostenido al millón de infectados y 40.000 fallecidos en nuestro país por esta terrible enfermedad. Debemos asumir con impotencia que todo este impacto social podría haberse contenido y aminorado si nuestros gobernantes hubieran puesto realmente en el centro de todos sus esfuerzos de gobernabilidad y dirección nacional a la protección y bienestar social de las personas, con vías coherentes como priorizar la educación y salud públicas, así como ampliar la cobertura del trabajo productivo y con derechos.

Lo cierto es que al menos en nuestra realidad nunca se ha establecido el puente o vínculo entre desarrollo económico y bienestar social, y ello desde hace tiempo. Por contrapartida, esta división con perjuicio para la inversión en políticas sociales sigue siendo una promesa sin cumplimiento. Aleja a estas dos dimensiones una brecha inmensa que no permite ver como el crecimiento material sostenido de las tres últimas décadas se expresa en mejores condiciones de vida para la población y potenciados indicadores sociales de país. Así llegamos al 16 de marzo, día en que se inicia la política de aislamiento social obligatorio y las demás medidas aprobadas y universalizadas por el Estado peruano como parte del afrontamiento colectivo frente a la pandemia del nuevo coronavirus.

Durante y ahora

El presente que nos toca vivir es un escenario de catástrofe humana, una situación indeseable, no solo por la traza de contagios y muertes debidos al COVID19, sino también por los múltiples males sociales históricamente acumulados en el país, que emergen cómo pésimos emblemas de las inadecuadas decisiones y acciones encaminadas desde nuestros gobernantes. Los diversos clivajes sociales afianzados en el presente peruano se han ido aseverando sistemáticamente al mismo ritmo que la pandemia ha ido sumando más personas enfermas. Problemas sociales aminorados en las últimas décadas emergen hoy con nuevas facetas y renovado impacto. Por ejemplo, la pobreza material que se venía superando año tras año con índices de afectación de 48.7% en 2005, 30% en 2010 y 23% en 2020, actualmente ha aumentado haciéndonos retroceder una década y regresándonos al magro dato de 30%, lo que significa que uno de cada cuatro personas y familias peruanas hoy es pobre.

El panorama también se muestra complicado en relación al ámbito laboral, si previamente era un serio factor de riesgo contar con el 70% de la PEA del país inmersa en el mundo del subempleo o la informalidad, a esto habría que sumar el efecto que la pandemia viene teniendo en la perdida empleos establecidos dentro de lo formal y legal que según los analistas asciende a 1,600,000 puestos de trabajo perdidos, un terrible efecto que se suma a la muy limitada capacidad de inserción laboral con derechos que caracteriza al país.

Las personas que perderán su trabajo demoraran mucho tiempo hasta volver a conseguir un empleo o en la urgencia de sobrevivencia pasaran a engrosar las filas del sector de trabajadores de la economía popular siempre frágil. Lamentablemente la cuerda siempre se rompe por el lado más débil y entre la eventualidad de riesgos y cierres de medianas y grandes empresas es más cercano y posible el horizonte de la salida forzada de los trabajadores.

Así como en la naturaleza todo es sistémico, en el caso de catástrofes humanas como la que venimos experimentando todo está concatenado: una pandemia, un problema de salud termina afectando el trabajo de los adecuadamente empleados y termina generando una cuarentena social obligatoria que le quita al trabajador informal la posibilidad de granjearse sus ingresos para la sobrevivencia cotidiana en la calle, aquel espacio de opción laboral al que millones de peruanos han sido orillados por un modelo económico que los repulsa, y por un Estado incapaz de asegurar trabajo productivo y con derechos.

Al aminorarse los ingresos familiares se incide negativamente en los gastos comunes y cotidianos como por ejemplo la alimentación. En ese sentido, se estima que con la pandemia hemos tenido también una aseveración de la presencia de la desnutrición crónica infantil que se habían venido mejorando desde inicios de este siglo a un ritmo de 28% en el año 2007, 23% en el 2010, 14,4% en el 2015 y 12% en el 2020. Al día de hoy, se proyecta un aumento de al menos 3 puntos porcentuales en el indicador nacional de desnutrición crónica

Como puede notarse la epidemia trae consigo un efecto dominó de múltiples males en sociedades con limitadas posibilidades de respuesta, hecho que además expone a un mayor desprotección y riesgo social a los grupos de población más vulnerabilizados. A estas alturas los indicadores negativos vienen aflorando como yerbas malas en el terreno de la desigualdad antecedente y actual, se ha afianzando la violencia intrafamiliar, la cantidad de niñas y mujeres desaparecidas y con paradero desconocido es mayor, la educación virtualizada ha dejado en la deriva a los niños y niñas sin acceso a internet y dispositivos inteligentes, muchos infantes que nacieron durante la afectación de la pandemia se quedaron sin inscripción de nacimiento a tiempo, y en fin, muchos más efectos y datos aún por evidenciar y dimensionar en sus consecuencias y real impacto, tarea que seguramente resolverán los investigadores sociales en el futuro de la pos pandemia.

Después: luego que escampe

De Sousa Santos (2020) expone que la llamada normalidad previa a la pandemia a todas luces se trataba de una normalidad injusta. Es más, ni siquiera debería hablarse de una normalidad, mejor le vendría llamarse el pasado de subnormalidad propio del sistema capitalista, el mismo que ha acrecentado y normalizado la incesante desigualdad social. Luego de asistir y observar cómo ha tocado fondo el modelo, es necesario repensar la redefinición de las vías exclusivas de política pública para alcanzar las mejoras sociales para toda nuestra población, pues toda crisis es a la vez una transición, y en este momento se abre una posibilidad, un momento para replantear caminos y por ende, para concretar cambios.

La única opción que tenemos a mano es la de cambiar radicalmente la senda de desarrollo, al menos que se parezca al mínimo posible al contexto de vida que hemos seguido y en el que hemos sido incapaces en la tarea de asegurar calidad de vida para nuestras poblaciones. Necesitamos refundar la cuestión social dándole a toda forma de vida la real valía e impronta que le corresponde y ello de cara a la necesidad de resarcirnos frente a tanta muerte, daño y angustia generada en estos tiempos de pandemia con complicidad de los productos esperados e inesperados del capitalismo.

En tiempos en que la especie humana visiona en alta definición su enorme fragilidad en contextos de vulnerabilidad es preciso volver sobre la urgencia de modelos de desarrollo dignos de encaramarse como las mejores opciones para la inclusión social con equidad, propuestas que apunten hacia el imprescindible antropocentrismo como foco de todo esfuerzo societal. Ello nos debe llevar indefectiblemente a la revalorización de las políticas públicas orientadas a concretar el bienestar social de las poblaciones nacionales. Es necesario cambiar el rumbo porque de seguir como hasta ahora vamos de repetir los mismos errores que han devenido en esta terrible proliferación pandémica, correremos el riesgo de repetir tantas muertes y tanta desgracia.

La respuesta urgida tendrá que ver por un lado con la ampliación de los bienes comunes (Ostrom 2015), entendidos como el acceso amplio a los bienes y servicios públicos y no en dotación mínima como ha venido siendo en el pasado, sino más bien suficientes en cantidad y potentes en calidad. Es preciso que las personas tengan asegurada su calidad de vida en medio de un ambiente limpio y puro, y con su participación como rol fundamental en la gestión y cuidado. La participación social como se ha mostrado es un derecho y eje fundamental del desarrollo humano, del despliegue de la autonomía, autodeterminación y protagonismo social.

El renovado escenario de vida social debe ser un constructo propiciado por los Estados a través de su acción decidida ampliando los pequeños empujones (Thaler y Sunstein 2017), pero también con la actoría social de las personas, en labor colaborativa. No puede dejarse el desarrollo en manos de la pulsión económica y el libre mercado sin freno, que ha mostrado sus límites y fracasado en sus promesas vacías de equidad, igualdad y justicia social. En adelante, se trata de impulsar procesos de gestión del bienestar social de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba y para lograr ello se necesita una acción global, integral, participativa, realmente comprometida con la calidad de vida.

Lejanos de los patrones esquemáticos y reduccionistas entre la normalidad del pasado y del futuro, es prioritario que la nueva cuestión social arribe con un posicionamiento solido del desarrollo humano y sostenible, con una novedosa cimentación que apuntale a las políticas públicas enfocadas en el bienestar social. Se requieren más y mejores programas y servicios sociales para que el porvenir realmente sea potencial hacia la especie humana y que ninguna persona se quede marginalizada y desprotegida por sus Estados.

A la vez urge un cambio de racionalidad hacia lógicas más solidarias, colectivistas y sentipensantes, que nos ayuden a rehumanizar nuestras relaciones y procesos sociales, pues es fundamental avizorar un mundo diverso en el que no se excluye a nadie, en el que se reconoce el gravitante valor que entraña toda vida humana. En ese sentido, se espera que el Trabajo Social juegue un papel relevante no solo en el ahora de control y afronte directo e inmediato de los efectos del COVID 19 sino también al momento de reconstruir nuestros lazos sociales y renovado escenario de vida.

Referencias bibliográficas

  • Castells, M. (2012). Después de la crisis. Madrid: Editora Grupo Anaya Comercial.
  • De Sousa, B. (2020). La cruel pedagogía del virus. Madrid: Akal.
  • Hinkelammert, F. (2017). La vida o el capital. Buenos Aires: CLACSO.
  • Hirschman, A. (1978). Las pasiones y los intereses. México DF: FCE.
  • Judt, T. (2009). Algo va mal. Libro electrónico EPub.
  • Martínez Alier, J. y Roca, J. (2000). Economía ecológica y política ambiental. México DF: FCE.
  • Ostrom, E. (2015). Comprender la diversidad institucional. México DF: FCE y UAM.
  • Sennett, R. (2007). La cultura del nuevo capitalismo. Barcelona: Anagrama.
  • Thaler, R. y Sunstein, C. (2017). Un pequeño empujón: El impulso que necesitas para tomar mejores decisiones sobre salud, dinero y felicidad. Madrid: Taurus.

[1] Claro ejemplo de ello es la mención de este deber en el artículo 44° en la Constitución Política del Estado peruano

JORGE GARCÍA ESCOBAR Peruano, Licenciado en Trabajo Social por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Master en Trabajo Social con orientación en gestión del desarrollo por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Actualmente se desempeña como director de la Escuela Profesional de Trabajo Social de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y como docente de la Maestría en Política Social con mención en proyectos sociales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. jgarciae@unmsm.edu.pe.

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