Chile
Y formé la primera línea
en mis escritos con los versos
de los que no tienen nada que perder
Más atrás se entonaron cantos
que cantaban de victorias
de caídos, tuertos, ciegos, no les vamos a olvidar.
(Desperté, Tata Barahona, cantautor chileno. 2000)
Pasado
Las primeras escuelas de Servicio Sociales fundadas en Chile datan de mayo de 1925 y septiembre de 1929 respectivamente, nacidas al calor de un período de agitación y cambios sociales a principios del siglo XIX, como fue el boom del salitre que forja paulatinas oleadas migratorias hacia zonas del norte para explotar y trabajar dicha riqueza, que con el tiempo evolucionaría en la Cuestión Social debido a la gran crisis económica, política, institucional y sobre todo, social que marcará el devenir histórico de la profesión.
La profesión desde su origen ha transitado por múltiples visiones desde la caridad filantrópica pasando por procesos de promoción y de reconceptualización regresando en la actualidad, a nuevas formas de asistencialismo bajo los gobiernos democráticos. De hecho, el trabajo social chileno ha estado marcado por las condiciones sociales, históricas y políticas del país y de América Latina.
En ese mismo sentido, resulta fundamental rescatar el aporte de Paulo Netto (1997), el cual expresa, que existe un doble dinamismo en cualquier profesión: las demandas sociales que le son colocadas y las propias fuerzas para dar respuestas teóricas y practicas-sociales. Netto plantea la alineación de la estructura sincrética del Trabajo Social basada en tres fundamentos: las demandas histórico-sociales, la vida cotidiana como horizonte de intervención y la modalidad especifica de intervención.
Con la instalación del golpe cívico-militar en septiembre de 1973, producto de la represión, el cierre de escuelas, como asimismo, de las reformas estructurales de corte neoliberal introducidas por la dictadura, la educación superior chilena experimentó una profunda mercantilización que se tradujo en la presencia y existencia desde el marco institucional de una multiplicidad de instituciones de educación superior privada. La mayoría de ellas en la actualidad incluyen la oferta educativa de la carrera de Trabajo Social.
En este contexto situacional el trabajo social como disciplina, respondió a diversas líneas y matrices sociales y políticas, por lo que entre 1973 y 1990, bajo el contexto de dictadura militar, tuvo grandes innovaciones en su quehacer y pensamiento, en donde sobresalieron los profesionales que de forma clandestina continuaron relacionándose con la comunidad y sociedad civil, por ejemplo, en espacios como Iglesias, capillas y algunas ONG, a modo de sobrevivencia.
Para mayor abundamiento, el trabajo social como profesión se dividió en la práctica, en dos polos divergentes, la primera se relacionó claramente con el ámbito institucional desarrollado en las escuelas que lograron mantenerse abiertas durante el gobierno militar, que no fueron más de tres, en donde la construcción del trabajo social como profesión, que en la reconceptualización respondía o intentaba realizar un análisis de las problemáticas sociales, modifico su mirada otorgando preeminencia a los procesos educativos llevados a cabo por el gobierno militar. De hecho, en noviembre de 1973, se realiza el Primer Encuentro de Escuelas de Servicio Social de Chile, el núcleo formativo declara formalmente su adscripción a la tecnología social.
La segunda esfera se regeneró en intervenciones en organizaciones creadas por los movimientos sociales para promover y fomentar el acompañamiento, la contención y el apoyo directo a los familiares de detenidos desaparecidos en un primer momento, y luego impulsando la participación en incipientes organizaciones barriales, como comprando juntos, bolsas de cesantes y comedores populares.
En palabras de Montaño, “Nuestra profesión cuando enfrenta problemas no está enfrentando aquellos causados por las carencias, por el déficit de un individuo. Está enfrentando las carencias de un grupo que son resultado de la contradicción con otros grupos sociales, de las tensiones de intereses que en correlaciones de fuerzas diversas van a provocar dominados y dominantes, excluidos y excluyentes, explotados y explotadores, etc. Es decir, los problemas que enfrentamos son resultado de contradicciones de intereses sociales y esto marca el carácter eminente e ineliminablemente político de nuestra profesión” (2014: 9).
Dado el escenario mencionado en el año 1974, las escuelas de Servicio Social de Chile son expulsadas de la Asociación Latinoamericana de Escuelas de Servicios Social (ALAESS), a raíz de los acontecimientos represivos a contar del golpe de Estado.
La mirada hegemónica del trabajo social en el periodo de la dictadura militar, se relacionó justamente con la búsqueda de una desideologización. El escenario político violento producto de la dictadura militar, buscó transformar el contexto que estaba desarrollando la disciplina, o sea, su teoría, objeto, sujetos, métodos y objetivos, a través de la configuración del contexto político y social, y de la hegemonía del pensamiento positivista de la época.
Por lo expresado desde septiembre de 1973, el Trabajo Social se ve afectado esencialmente por la restricción a los derechos políticos y por las características del nuevo modelo económico a implementar. Al asumir el Estado un rol subsidiario, se restringe el campo profesional por la reducción del gasto público, y muchos profesionales se ven afectados por el desempleo.
El campo laboral estuvo caracterizado por un dificultoso proceso de abrirse espacio en los servicios públicos, dado el estigma político que perseguía a los profesionales de las ciencias sociales, y por la reducción del accionar social que venían realizando los servicios privados. El sector de trabajadores sociales que permanece al interior de las instituciones estatales, debe adaptarse a la nueva situación donde el Estado abandona su función de Estado de Bienestar.
A pesar de la derrota política que conllevó la instalación de la Dictadura Militar, el Trabajo Social buscó diversas maneras de sobrevida, y una de ellas, que con el tiempo fue fundamental: El Trabajo Social en Derechos Humanos. Los asistentes sociales fueron el primer espacio de escucha y la primera instancia de elaboración de los testimonios de violaciones a los Derechos Humanos, tanto en el Comité Pro Paz, Vicaria de la Solidaridad y diversos espacios e instituciones que se fueron creando a lo largo de los 17 años de dictadura militar. Otro espacio, fueron las experiencias barriales y/o populares, al alero de los comedores populares, ollas comunes, comprando juntos, talleres socioeducativos en espacios como ONG y similares.
El Trabajo Social estuvo presente desde el método de caso, tan cuestionado en la primera atención en Derechos Humanos, como organizando tanto a nivel grupal como comunitario; esta última experiencia es escasamente reconocida y estudiada por el escaso material ubicable.
A pesar de lo anterior es dable plantear que el “Colectivo de Trabajo Social” que funcionó por lo menos durante 8 años fue una instancia clave en la generación, sistematización y producción de conocimientos con lo cual se instaló como un espacio de reflexión, acción y pensamiento, y su revista “Apuntes para Trabajo Social”, alcanzó a publicar cerca de una centena de artículos y dos libros que resumían su labor, promoción y compromiso.
Pero dentro de ese contexto histórico de esfuerzo por posicionar un trabajo social comprometido y de cambio, en el año 1985 se crea la primera escuela de Trabajo Social dependiente de una universidad privada: Universidad del Pacifico. Hito que permitirá con el tiempo desarrollar una serie de proyectos académicos de formación en Trabajo Social en universidades privadas como en institutos profesionales de Chile, instalando la educación como un bien de consumo.
Con el correr de los años de la dictadura militar se da la abolición del rango universitario de la profesión por decisión del gobierno autoritario. En el aspecto social, se da, en el país, un aumento de la pobreza como consecuencia de la aplicación a mediados de los 80 de un modelo económico privatizante, sumado a los efectos de una crisis económica mundial, lo que con el tiempo se transformo en Jornadas de Protestas Populares que forzaron una salida pactada y negociada con la Dictadura Militar.
Presente
A principios de 1990, Chile inició un proceso de transición a la democracia, que asumió entre otras tareas la restitución de los derechos civiles y políticos. La profesión debió salir de sus prácticas y asumir un nuevo Estado con un rol y funciones nuevas en un contexto de alegría sana y posterior despolitización. En el mediano plazo esta opción produciría una suerte desacoplamiento entre lo social y lo político en el que los políticos de profesión ganaron protagonismo y autonomía, pero al precio de vaciar de contenidos a la acción política, tan presente desde los años 1960 en adelante y asimismo de tomar distancia de los movimientos sociales y de la sociedad civil.
Y relacionado con lo anterior, no menor la progresiva pero sistemática despolitización de la sociedad cuando la acción política fue monopolizada por los partidos políticos y el Estado, y por consiguiente la expansión del mercado y el acceso de bienes de consumo. Es decir, la política solamente fue y era para los profesionales. Estas prácticas, aspiraciones y valores fueron administrados por todos los gobiernos democráticos post Dictadura Militar en una eterna transición a una Democracia supuestamente más participativa y sobre todo, inclusiva.
El Trabajo Social no estuvo exento de los vaivenes y de la crisis que se generaban en la superestructura, tuvo victorias y derrotas como en la Ley 20.054 de septiembre del año 2008 que le restituye el rango “exclusivamente” universitario al trabajo social que había sido eliminado por decreto por la Dictadura Militar empero se lo niega en el mismo acto al dejar abierta la puerta a otros espacios educativos para impartir la disciplina sin tener claridad en los contenidos, en las especialidad ni la diferenciación entre Asistente Social versus Trabajador Social.
Esperanza
Las masivas y potentes movilizaciones sociales generadas durante el año 2019, y que culminaron en el llamado “levantamiento popular” del 18 de octubre de ese año, nos trajeron a un escenario que no era posible prever en tiempos anteriores.
La reforma constitucional que emergió “milagrosamente” como un acuerdo parlamentario en noviembre pasado, dio lugar a un plebiscito para determinar si la voluntad popular se inclina por una nueva Constitución.
Dicho acuerdo fue una respuesta de emergencia ante la evidente crisis de legitimidad y de gobierno que llegó a un punto de máxima expresión, en la cual el gobierno de Piñera Echeñique estuvo a punto de ser derrocado evitando así un momento de inestabilidad política y convulsiones sociales mayores.
La élite parlamentaria y empresarial llegó a tiempo para salvar el orden institucional representado en la Presidencia de la República. El acuerdo parlamentario para avanzar hacia una nueva reforma constitucional le dio respiro a un sistema en crisis profunda, en términos sociales, económico y político. La élite ganó tiempo para oxigenar a una institucionalidad caduca, con la esperanza de mantener el actual orden social, político y económico.
Dos años de debates en los cuales se dirimirán asuntos tan relevantes como el derecho a la Educación, la Salud, la Seguridad Social, el rol de las Fuerzas Armadas, la propiedad social y privada, los principios que regirán al estado y la economía, el reconocimiento a los pueblos originarios, entre otros múltiples aspectos.
No caben dudas que en todos esos asuntos no existe consenso en el país. Un pueblo demanda acceso a derechos fundamentales mientras una elite defiende privilegios a estas alturas inaceptables. Sin embargo, las posibilidades de que la voz del pueblo sea escuchada esta vez como se espera, no es algo tan claro ni definitivo. El mecanismo institucional, establecido para elegir a los delegados constituyentes no es garantía para que la nueva constitución recoja las aspiraciones del pueblo soberano. Es muy probable que la nueva constitución esté llena de vacíos y contradicciones, y muchas de ellas tenderán a favorecer nuevamente a la élite.
Con la diferencia de que en esta ocasión será más difícil establecer “amarres” como los que hasta el día de hoy sostiene la Constitución de la dictadura cívico-militar encabezada por Pinochet Ugarte (1980) y luego refrendada por Lagos Escobar (2005).
En este contexto incierto a lo menos deberá seguir moviéndose la profesión, teniendo claro la ausencia de contenidos, y propuestas para disputar y/o incidir en algunos contenidos mínimos; lo cual nos lleva a seguir mirando el espectáculo desde una galería en forma pasiva pues el tiempo nos ha hecho perder legitimidad ante la sociedad y los sectores populares.
El estallido y posterior levantamiento nos dejó enseñanzas y la crisis sanitaria también, empero estos no aun sido abordados en los espacios de virtuales obligados, denotando una crisis de contenidos y de revisión de los mismos. “Nosotros vamos para el adelante y el pueblo viene para atrás, luego vamos para atrás y el pueblo va para adelante”. Es decir, el Trabajo Social debe ser una de las disciplinas de las ciencias sociales más política y curiosamente, en constante despolitización y contradicción.
Particularmente, teniendo la claridad que la gran masa de profesionales desarrolla sus funciones al interior del Estado, que a su vez, es el peor empleador para la profesión pues instrumentaliza su labor y vulnera sus propios derechos laborales.
Y lo anterior es preocupante, en cuanto el ejercicio profesional de los Trabajadores Sociales pues nos ubica en una relación permanente con la ciudadanía, en particular con aquellos grupos más vulnerables o que son objeto de vulneración de derechos. El rol profesional y el ejercicio diario del Trabajo Social requieren de una base ética sólida y una formación teórica que permita desplegar procesos de intervención críticos y reflexivos. Como reflexiona, Netto siempre hay cuestión social, pues siempre hay lucha de clases.
Carlos Montaño, en “La naturaleza del servicio social. Un ensayo sobre su génesis, su especificidad y su reproducción (2000), alude a dos tesis sobre la legitimidad del trabajo social frente a la sociedad y ante el Estado. La primera tesis vinculada a la perspectiva “evolucionista particularista-endogenista”, entiende que la legitimidad del servicio social radica en la “especificidad de su práctica profesional”. Y la segunda, está vinculada a la visión de totalidad (perspectiva histórico-crítica) que plantea un servicio social legitimado oficialmente por el papel que cumple en y para el Estado capitalista (y para el orden burgués), el cual se convierte en su primer empleador.
Es decir, el trabajo social ha construido su especificidad en Chile sobre todo por sus modelos de intervención a lo largo de la historia, acoplados sin duda a las políticas públicas que emanan del Estado. Por ello, como plantea Montaño en su segunda tesis, desde una legitimidad estatal, el trabajo social no se encuentra en la discusión plena y real del “cómo” se implementan, sino más bien desde una lógica asistencial, instrumental y de acuerdo a parámetros ya fijados desde el gobierno central, o con una lógica “alcaldicia”. Con lo cual, el trabajo social y sus reglas están fijadas desde la estructura de quienes ejercen el poder político y sobre todo, el económico.
Actualmente, los representantes ya no representan y el poder ha comenzado a disputarse en la calle pues el establishment no da ni genera respuestas claras y contundentes situándose en la discusión superficial no comprendiendo la grave y profunda crisis de legitimidad institucional.
Futuro
Dado lo anterior, se torna necesaria la constitución y construcción de un proyecto profesional progresista, fundado en valores como: la Libertad, la Democracia, la Justicia, la Ética y los Derechos Humanos, esta última gran ausente en los planes y mallas de formación académica. Asimismo, se requiere de una organización fuerte que tenga la capacidad de movilizar, disputar e instalar los temas relevantes de la disciplina en los espacios formales como informales.
Es decir, nuestra práctica profesional se despliega en el espacio de la emancipación política y no de la humana para romper con más de 30 años de segregación, desigualdad, focalización, pauperización, exclusión y pobreza en Chile. A continuación, se presentan algunos desafíos para resolver en términos individuales como colectivos:
- Politizar encarna la capacidad de establecer conexiones entre la realidad singular y la realidad general.
- Politizar, expresa orientar la acción hacia un horizonte de emancipación humana, de una sociedad más justa, sin desigualdad social, sin discriminación, de plena Libertad, Democracia, Justicia y los Derechos Humanos.
- Politizar significa conducir la acción profesional a la defensa de las Políticas Sociales Universales, por tanto, el Enfoque de Derechos, con su consolidación y ampliación de éstos.
- Politizar representa recuperar la voz en temas atingentes a la sociedad, en los cuales por capacidades y experticias naturales siempre ha tenido status, la profesión.
Rescatamos un fragmento del discurso de apertura de José Paulo Netto en la XIX Conferencia Mundial de Trabajo Social, de la FITS, EN Salvador de Bahía, Brasil, 2008.
“No es la tarea de una profesión subvertir el orden establecido (…) No somos el mesías, ni proclamamos de ninguna escatología social. Somos, tan solo, profesionales especializados, inscritos en la división socio-técnica del trabajo, como todos los asalariados (…) sin embargo, en donde existe la demanda de concretización de los derechos se pone nuestra agenda de trabajo, [lo que nos ubica] en una contingencia [que facilita la] comprensión del significado Social de nuestra intervención profesional. Entonces, descubriremos que nuestra acción profesional se desarrolla como uno de los múltiples hilos de la trama social, igual de tensa y contradictoria”
Un Trabajo Social que se construye sin memoria y que legitima la impunidad y el olvido, está condenado a ser cómplice de la pérdida de identidad profesional y de capitular en la construcción de un futuro con dignidad. Pues la historia de la profesión en camino a 100 años de rica historia se encuentra plagada de claroscuros y de luces y sombras que se requieren ser tensionados para diseñar una nueva mirada a modo de una reorientación, renovación y/o reconceptualización para un nuevo escenario de un nuevo Trabajo Social para el siglo XXI,
Bibliografía:
Montaño, C. (2000). La naturaleza del servicio social. Un ensayo sobre su génesis, su
especificidad y su reproducción. Traducción Alejandra Pastorini. Segunda edición. Sao
Paulo: Editorial Cortez.
Montaño, C. (2014). Cuadernos II. Trabajo Social: práctica, teoría y emancipación. Primera edición. La Plata: Colegio de Asistentes Sociales de la Provincia de Buenos Aires.
MG. ANDRÉS VERA QUIROZ
Es Diplomado en Filosofía de la Universidad Alberto Hurtado, además de Asistente Social y Magister en Trabajo Social de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Miembro del Colegio de Trabajadores de Chile AG. Asimismo miembro del directorio de Codepu, organización de Derechos Humanos. Ha ejercido docencia como profesor ayudante y titular en diversos establecimientos de Educación Superior. Sus escritos versan principalmente sobre Derechos Humanos, Ciudadanía, Memoria y la historia del Trabajo Social.